Un mundo feliz: lo que se esconde detrás de la promesa de Elon Musk de acabar con el dinero

El dueño de Tesla y de X, por mencionar sus dos empresas más conocidas, fue una de las figuras del año tras pasar por el gobierno Trump. ¿Va a cambiar al mundo?

19 de diciembre de 2025
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A mediados de noviembre del 2025 Tesla fue la máxima tendencia en las conversaciones de los colombianos. A pesar de los evidentes problemas que tienen los gobiernos de Colombia y Estados Unidos, Bogotá fue la primera ciudad sudamericana en tener un concesionario de la marca de autos eléctricos. Hasta el propio Petro, con la enemistad que le tiene a su creador, Elon Musk, afirmó que si supiera manejar compraría un coche eléctrico. Las filas en el centro comercial Andino, lugar donde se abrió el negocio, eran kilométricas.

No hay dudas que uno de los hombres del año fue Elon Musk. Su imágen, usando una motosierra´que le regaló el presidente de Argentina, Javier Milei, en una convención demócrata será, seguramente, uno de los íconos de estos tiempos. La motosierra fue lo que usó para acabar con miles de empleos en los Estados Unidos, una medida impopular que buscaba acabar con la burocracia del Estado. Pero, su continua intromisión en el gobierno Trump terminó con la ruptura de una amistad que parecía forjada en acero. El asesinato del activista Charlie Kirk los terminó reconciliando y ya, el pasado 18 de noviembre, Elon Musk volvió a estar en la Casa Blanca. La reconciliación es absoluta. Otra vez sus dichos sobre un futuro dominado por una IA se volvieron virales. “En diez años el trabajo será obsoleto, la IA reemplazará incluso el uso del dinero”. Todos viviremos peligrosamente felices, la profecía de Aldous Huxley se cumplirá.

Una de las cosas que más le preocupaba a X, uno de los diez hijos de Elon Musk es que el futuro no se pareciera al futuro. Y entonces Musk recordó todas las películas que había visto en los ochenta, en su natal Sudáfrica, Fundación, la trilogía de Asimov en donde un sabio resolvía la perpetuación de la especie humana diseminando su semilla al espacio, releyó Neuromancer, una de sus biblias personales, la novela donde William Gibson dice por primera vez -en 1984- la palabra que sería más repetida en el siglo XXI, ciberespacio, se acordó incluso de Volver al futuro 2 e inmediatamente supo que su hijo, de cinco años, tenía razón: había que convertir el futuro en futuro.

Musk es un tipo, por lo menos, extraño. La leyenda en redes sociales nos ha contado que él es un afortunado porque, cuando llegó a los Estados Unidos, su familia era dueña de una mina de diamantes en Sudáfrica, el país donde nació en 1971. La verdad es que su padre, Erron, era una especie de nazi que apoyaba el apartheid y su madre, Maye, fue modelo en su juventud pero estuvo lejos de ser una super estrella. Musk llegó en 1990, a los 19 años, primero a Canadá y luego a los Estados Unidos. Tenía 2.000 dólares que le había dado Erron y que deberían servirle para vivir sus primeros meses en la universidad.

Pero Musk tenía otros propósitos. Aparentemente era disperso, hiperkinético, un poco freak, pero Musk era mucho más que eso, sufría de Asperger y lo que pudo ser una limitante se convirtió en una ventaja: cuando se enfocaba en un objetivo tenía la determinación y concentración de un terminator. La universidad fue como una cárcel de la que salió con una idea brillante, Pay Pal. En el año 1995 tenemos el primer registro televisivo de Musk. La NBC le está haciendo un especial porque era el símbolo de la revolución de Silicon Valley. Internet ya era una realidad y el mundo, como el Aleph, cabría en el rincón de una casa. El reportaje sobre un Musk que se veía notablemente calvo -este artículo no hablará de qué tipo de implante o regeneración celular se hizo en los últimos años- trataba sobre el momento en el que le entregaban, en frente de su casa, un McClaren, un auto de alta gama que costaba 500 mil dólares. En esa época no lo sabía y ya era un libertario de capa y espada. Le gustaba andar en su auto a trescientos kilómetros por hora sin cinturón de seguridad. Ya era un adicto al estrés. Musk consumo 18 Red Bull al día -cantidad sólo superada entre celebridades por Robbie Williams- y el fármaco Ambien a altas horas de la noche. Eso explica un poco la compulsividad autodestructiva con la que trina en las madrugadas. ¿Cuántas veces no se levantó el magnate sudafricano lamentando que compañías suyas como Tesla se desvanezca en sus acciones por una mala palabra trinada, por una frase incorrecta, por una estupidez?

Lo único que parece calmarlo son los juegos y la ciencia ficción. Una de las pocas cosas que le agradece a Errol es eso de haberle puesto Elon. Aunque su padre le puso ese nombre por ser bíblico muchos años después Musk descubriría, leyendo a la ciencia ficción, que podía ser una especie de profecía: Pojects Mars es un libro del alemán Wernher Von Braun que describe una colonia humana en Marte que está gobernada por un ejecutivo conocido como “El Elon”. Si había sido puesto en la tierra lo era para cumplir una misión: volver a la especie interplanetaria. Por eso no se conformó con volverse un megamillonario interesado en salvar al planeta de la contaminación que dejaban los combustibles fósiles creando y popularizando los carros eléctricos llamados Tesla. Ese no podía ser su legado. Megalómano, quería trascender por ser el primero en sacar a la raza humana del sistema solar y dos por perfeccionar la IA.

La historia de Elon Musk es la de un niño que leyó todos los libros que encontró en la biblioteca de su escuela y le podrían servir para convertirse en un inventor, como una suerte de protagonista de Julio Verne. A los once años uno de sus libros favoritos era La luna es una cruel amante, de Robert Heinlein, uno de los escritores de ciencia ficción más respetados en Sillicon Valey. Este libro habla sobre una colonia penal que es administrada por una computadora apodada Mike y que tiene entre sus funciones sacrificar su vida durante una rebelión en esa cárcel. Como dice su biógrafo, Walter Isaacson “El libro explora un asunto que llegaría a ser capital en la vida de Musk: ¿Se desarrollará la inteligencia artificial de formas que beneficien y protejan a la humanidad o desarrollarán las máquinas intenciones propias y se convertirán en una amenaza para los humanos?”

Es difícil saber cuántos Elon habitan en Musk. Es un bipolar temido por sus empleados debido a la alta intensidad con la que trabaja. Se acostumbró a pedir cosas imposibles en su afán de cumplirle a su hijo la promesa de que el futuro se parecerá al futuro. Hace unos años decía odiar todo lo que representaba Donald Trump. Pero hubo un factor determinante para este cambio radical de mentalidad: su hija Jessa no sólo se declaró transexual, anticapitalista y comunista sino que renunció a su apellido. Musk empezó entonces a trinar contra lo que él llama “El virus del wokismo”. Esto puede explicar el bandazo que dio apoyando la campaña trumpista, dándole 300 millones de dólares, encargándose de la agencia de reducción de presupuesto público, DOGE -en donde hizo de la motosierra un juguete con el que hacía reir a sus seguidores- Así que cada año que sobreviene Musk es como siete para una persona normal.

En el 2015 aún parecía un Neo Hippie muy interesado en hacer realidad el futuro. Ese año abrió, junto con Sam Altman e Illya Sutskever la fundación Open IA que arrancó afirmando que no tenían interés en sacarle lucro, al contrario, Open IA garantizaría que ninguna compañía se iba a aprovechar de este adelanto tecnológico. Uno de sus antiguos trabajadores afirma lo siguiente: “Su misión original era asegurar que la inteligencia artificial general fuese desarrollada como código libre y en beneficio de toda la humanidad” Pero en el 2019 todos esos preceptos se romperían. Sam Altman dijo ante el continuo caos y cambios de ánimo y de pensamientos de su ex socio “Musk es un matón que disfruta de los conflictos”.

El explosivo Musk terminó su relación con Sam Altman. Pensar en que puede construir cohetes que lleven a la especie a Marte o un super computador sin entrar en conflicto con su compañero de lucha es una fantasía.

El bienestar de la humanidad para el creador de Space X no reside en crear obras benéficas, hacer un poco de filantropismo, algo de lo que se burla, socarrón, de otro de sus archirrivales, Bill Gates -ambos sienten un abierto desprecio mutuo- sino en crear cohetes que nos dejen en marte, lejos de los efluvios de cualquier ataque nuclear o un crecimiento solar. Y para hacer una colonia en marte necesitamos, primero, aspirar a vidas más largas, hasta de 150 años, que nos permita poder apostarle a proyectos más largos y desarrollar la inteligencia artificial.

En un viaje que hizo a su país en su avión privado Musk se mostró “harto” de tener que usar sus pulgares para mandar mensajes. “Estamos perdiendo mucho tiempo a la hora de comunicarnos, las ideas deberían salir directamente de la mente a la pantalla”. Con su clásica intensidad decidió actuar de inmediato.

Habían dos antecedentes. El 1960 el sicólogo-ingeniero J.C.R Licklider, era especialista en defensa y creó un artículo llamado “Simbiosis hombre-ordenador”. La idea era hacer que una computadora y un hombre pensaran juntos. Luego, Musk se basó en un videojuego llamado Spacewar que creó una interface en donde se necesitaban las manos para no manejar nada.

A uno de sus mosqueteros más cercanos, Sam Teller, Musk le hizo una pregunta que podría cambiar la historia de la humanidad: “imagina si pudieras pensar en la propia máquina como una conexión de alta velocidad directamente entre tu mente y tu máquina”. Luego se tomó un respiro y le espetó “¿Puedes buscarme a un neurocientífico que me ayude a entender la interfaz cerebro-ordenador?” En ese momento se creó la nueva empresa de Musk llamada Neuralink que, a propósito, también está inspirada en el ciclo de novelas de viajes espaciales La Cultura, escrita por Ian Banks. La historia trata sobre una tecnología de interfaz humano-máquina llamada Lazo neural, que se implanta en la persona y de paso conecta todos sus pensamientos a una computadora. En una entrevista a Walter Isaacson Musk habló sobre esto: “Cuando leí a Banks caí en la cuenta de que esta idea encerraba la posibilidad de protegernos frente a la Inteligencia Artificial”. Esta empresa sigue a pasos agigantados, moviéndose a la velocidad que le imprime Musk.

La idea del futuro la está haciendo realidad Musk. Los robotaxis ya se lanzaron en algunas partes de los Estados Unidos, completamente autónomos, muy parecidos a los taxis que alguna vez abordó Marty Mcfly en la segunda parte de Back to the future. Su modelo de Optimus, un robot real que camina y que podría ser muy útil en labores caseras está a punto de comercializarse. Su preocupación por la excesiva “automatización” de la sociedad parece ser una cosa del pasado. En el 2017 se declaró “Prohumano” sin embargo todo cambia en Musk. Mientras duró la luna de miel Trump anunció la construcción en Memphis de la superordenadora más grande del mundo. Como lo imaginó en Stan Lee en su comic, X Men, ahí está Cerebro, amenazante y omnipotente, capaz de entrar en cualquier archivod e seguridad y en cualquier mente. Capaz de convertir cualquier trabajo humano en una fruslería.

Sí, Musk le cumplió a su pequeño hijo X. El futuro cada vez se parece más al futuro y ya no importa si las máquinas desplazan a los hombres. Igual el hombre, lo aceptan de esa manera los libertarios como Musk, es sólo una fase de la evolución que debe ser superada.

Más generación