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“Todo su vida Arenas Betancourt se retrató en Bolívar y en Cristo”: María Elena Quintero

A treinta años de la muerte del maestro, EL COLOMBIANO visitó la casa que alberga sus obras y habló con su viuda.

  • La poeta María Elena Quintero custodia algunas de las obras del maestro Rodrigo Arenas Betancourt. Foto: Esneyder Gutiérrez.
    La poeta María Elena Quintero custodia algunas de las obras del maestro Rodrigo Arenas Betancourt. Foto: Esneyder Gutiérrez.
  • Esta finca en Caldas es el lugar con mayor cantidad de obras del maestro. Foto: Esneyder Gutiérrez.
    Esta finca en Caldas es el lugar con mayor cantidad de obras del maestro. Foto: Esneyder Gutiérrez.
hace 11 horas
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Nacido en Fredonia, Antioquia, y muerto hace treinta años en Medellín, Rodrigo Arenas Betancourt es uno de los escultores latinoamericanos más importantes del siglo pasado. Sus obras transmiten la sensación de movimiento, de fuerza y potencia. Aunque muchas de sus esculturas están expuestas en espacios públicos de diferentes ciudades colombianas, es una finca del sector rural de Caldas, Antioquia, el lugar que más trabajos suyos conserva. Allí vive la poeta y docente María Elena Quintero, la viuda del artista y escritor.

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María Elena conoció a Arenas Betancourt en Santa Rosa de Osos, cuando ella tenía apenas 24 años y acababa de ganar un concurso nacional de poesía convocado por la Gobernación de Antioquia. Fue en el marco de una ceremonia para llevar las cenizas de Porfirio Barba Jacob a su pueblo natal. En aquella comitiva, en la que también participaba Arenas, surgió un vínculo que se prolongaría toda la vida. “El maestro me impresionó porque era un hombre bajito, más bajo que yo, pero con una presencia fuerte. Vestía con un abrigo europeo y una gorra italiana, se puso a mi lado en el desfile”, recuerda Quintero.

La cercanía sentimental y vital con Arenas Betancourt le permitió a María Elena conocer de primera mano sus rutinas creativas. Se levantaba entre las cuatro y cinco de la mañana, pedía café y una botella de coñac, y caminaba por los corredores de su casa escuchando noticias en distintos radios. Después de desayunar, se encerraba en su taller hasta el mediodía. “Trabajaba intensamente las mañanas. En las tardes, algunas veces atendía visitas, otras se dedicaba a escribir o dibujar. Cuando estaba concentrado en un proyecto, podía pasar días sin dejarse interrumpir”, dice Quintero.

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Ese rigor creativo se reflejó en una producción monumental que, según sus cálculos, supera las 140 esculturas. Cada proyecto requería un equipo numeroso. “Llegué a ver en el taller hasta veinte operarios en una obra. Era un proceso que empezaba con los bocetos, seguía con maquetas pequeñas y luego se llevaba a escala monumental”, agrega.

Esta finca en Caldas es el lugar con mayor cantidad de obras del maestro. Foto: Esneyder Gutiérrez.
Esta finca en Caldas es el lugar con mayor cantidad de obras del maestro. Foto: Esneyder Gutiérrez.

El paso de Arenas por México fue decisivo. Allí coincidió con la época de auge del muralismo, en medio de figuras de la importancia de Diego Rivera. Esa influencia lo llevó a trasladar los relatos históricos y sociales del muralismo hacia la escultura. Su primera obra monumental fue un Prometeo en la Universidad Nacional Autónoma de México, tras ganar un concurso al que se presentaron artistas locales.

Esa experiencia lo consolidó como escultor en México y, al mismo tiempo, lo trajo de regreso a Colombia con la misión de darle modernidad a la escultura nacional. “Hasta entonces, aquí se mandaban a hacer piezas en fundiciones europeas, repetitivas, con los mismos cuerpos y apenas cambiaban las cabezas de los próceres. Arenas rompió con eso, dándole carácter americano a nuestras figuras históricas y culturales”, explica Quintero.

Dos imágenes fueron permanentes en su obra: Bolívar y Cristo. Según Quintero, Arenas se autorretrató en cada una de las versiones que hizo del Libertador. El Bolívar Cóndor, por ejemplo, refleja su transformación tras el secuestro que sufrió: “Subió al taller con un machete y agredió físicamente la mascarilla de Bolívar, le sacó un ojo y lo dejó cadavérico. Era su manera de expresar el país y su propio estado interior”.

El último Bolívar lo esculpió meses antes de morir, representando un Libertador envejecido, sin músculos y calvo, una clara metáfora de su propio final. En los Cristos, en cambio, plasmó su visión de lo sacrificado y lo humano. “En muchos de esos Cristos se ve el autorretrato de Arenas en el pecho abierto. A través de ellos expresó su ideología más allá de la religión”, dice Quintero.

No todas sus piezas han tenido un destino claro. El Lennon desnudo y la escultura de la fachada del edificio Mónaco desaparecieron tras procesos de extinción de dominio. “Esas obras deberían estar en un espacio público porque son del Estado, pero nadie sabe dónde están”, lamenta Quintero.

A la par de su obra escultórica, Arenas fue un escritor prolífico. Publicó Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte y Los pasos del condenado, escrito durante su secuestro. Además, dejó diarios inéditos: cerca de cuarenta libretas en las que registraba reflexiones, cuentas, frustraciones y confesiones. “Es como un confesionario. Ahí están sus críticas al arte moderno, su desahogo, sus amores y enfermedades. Ojalá algún día puedan ser publicados”, afirma.

El alcalde de Aldubar de Jesús Vanegas Marín -como lo contó EL COLOMBIANO en otra nota- tiene el sueño de crear un museo con las obras del maestro. Para María Elena la realización de dicho proyecto sería el reconocimiento al trabajo de uno de los artistas antioqueños más importantes del siglo pasado. Y tiene razón.

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