Mario Vargas Llosa murió en Lima a los 89 años, con él culmina una de las épocas más brillantes de la literatura de América Latina. En efecto, Vargas Llosa era el último sobreviviente del Boom Latinoamericano, ese grupo de novelistas que entre los años cincuenta y setenta del siglo XX transformó la novela escrita en español y le dio un lugar en el canon de las letras universales.
De esa época quedaron para la posteridad La ciudad y los perros del recién fallecido, Rayuela, del argentino Julio Córtazar; Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, y La muerte de Artemio Cruz, del mexicano Carlos Fuentes.
Nacido el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, Perú, el escritor fue hijo de Dora Llosa y de Ernesto Vargas Maldonado, un tipo autoritario que apareció en su vida al final de la niñez, según contó en su libro El pez en el agua. Esa relación conflictiva con su padre sembró en Vargas Llosa una rebeldía contra los poderes verticales, al menos eso han dicho quienes se han ocupado de su trayectoria intelectual.
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Otro hecho de sus años formativos, esta vez al final de la adolescencia, marco la biografía del Premio Nobel del 2010. Se trata de su vida académica en el Colegio Militar Leoncio Prado, en Lima.
Durante dos años Vargas Llosa vivió bajo el régimen militar, el mismo que inspiró La ciudad y los perros, su primera y más célebre novela.
Un escritor comprometido
Al igual que sus compañeros de viaje del Boom, en los albores de la Revolución cubana, Vargas Llosa se adhirió con entusiasmo al proyecto político del castrismo, conocido en ese entonces con el peculiar título de socialismo con ron. Sin embargo, la deriva autoritaria de Fidel Castro y el proceso contra el poeta Heberto Padilla lo hicieron tomar distancia con el gobierno de la isla y, por ahí derecho, con el resto de los autores del Boom.
El asunto llegó a un punto de no retorno cuando el peruano lideró la redacción de una carta crítica contra Castro, algo que lo convirtió por el resto de su vida en blanco de los denuestos de la izquierda en América Latina.
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Ese cambio de postura ideológica lo convirtió en un intelectual de derechas, que a menudo expresó en público su respaldo político a políticos y partidos que estuvieran en la sintonía de la libertad de mercados y de las votaciones libres. Su nombre estuvo asociado en España con el Partido Popular, en particular con José María Aznar, Mariano Rajoy y Cayetana Alvarez de Toledo.
En el caso colombiano, Vargas Llosa habló elogiosamente de Álvaro Uribe y respaldó la aspiración presidencial de Iván Duque. Contrario a lo que se pueda pensar, sus posturas de derecha no lo hicieron ciego a los excesos de las dictaduras chilena de Augusto Pinochet y la argentina de Jorge Videla, que criticó en su momento con vehemencia.
Este compromiso político no se limitó al plano de las columnas de prensa y de los comunicados públicos. De hecho, en 1990 lideró la aspiración presidencia del Movimiento Libertad en el Perú. En esos comicios electorales fue derrotado en segunda vuelta por Alberto Fujimori, un entonces desconocido ingeniero de origen japones. Vargas Llosa asumió su derrota y le hizo oposición en la prensa al ganador.
Un novelista prolífico
Después del éxito de La ciudad y los perros, Vargas Llosa publicó en los sesenta las otras dos novelas que le dieron celebridad internacional. Se trata de La casa verde y Conversación en la Catedral. Ambos libros demostraron que el peruano fue un lector disciplinado de la novela de los siglos XIX y XX, en particular del francés Gustave Flaubert y del norteamericano William Faulkner.
Los otros libros que merecieron el respaldo de los lectores y de la crítica fueron La guerra del fin del mundo y La Fiesta del Chivo. Básicamente en estas obras descansa su legado y su importancia para las letras en español.
En 2010 la Academia Sueca le concedió el Premio Nobel, siendo el segundo del Boom en obtenerlo. El primero fue Gabriel García Márquez. La relación de ambos pasó de una amistad casi de compadres en los sesenta y setenta a una indiferencia y silencio mutuos después del famoso puñetazo que el peruano le asestó al colombiano en la entrada de un cine en Ciudad de México.
Más allá de sus aciertos y dislates, la verdad pura y dura es que la literatura del siglo XX en español no se entiende del todo sin la figura de Mario Vargas Llosa.