La hinchada verdolaga protagonizó una masiva y apasionada llegada al Atanasio Girardot, creando un ambiente festivo y optimista antes del partido de ida de los octavos de final de la Copa Libertadores.
En Medellín, las horas previas al duelo por Copa Libertadores entre Atlético Nacional y Sao Paulo se vivieron con una intensidad que solo la pasión verdolaga puede explicar. Desde temprano, mucho antes de que el sol empezara a bajar, el Atanasio Girardot comenzó a vestirse de fiesta.
Eran apenas las 4:30 de la tarde —un horario que para muchos significaba estar en plena jornada laboral— y ya una marea verde se movilizaba rumbo al templo del fútbol antioqueño. El Metro de Medellín, en especial la estación Estadio, se transformó en una pasarela de camisetas, gorras y banderas que ondeaban con orgullo. Allí, los hinchas mostraban su mejor pinta: algunos con la camiseta oficial de esta temporada, otros con reliquias históricas que guardan historias de títulos y hazañas.
No importaba la edad. Niños que iban por primera vez de la mano de sus padres, veteranos que han visto glorias y desilusiones, e incluso visitantes extranjeros que querían vivir la experiencia de un juego de Libertadores en Medellín, se daban cita en el mismo punto: la casa de Nacional.
Frente a Indeportes, sobre la canalización, se instaló uno de los puntos más encendidos. Un grupo numeroso comenzó a entonar cánticos, a tocar tambores y a levantar las gargantas para que el eco llegara hasta las entrañas del camerino. Era la señal: la hinchada estaba lista para empujar al equipo desde antes del pitazo inicial.
En la zona occidental, la historia no era distinta. Allí, cientos de aficionados esperaban ansiosos la llegada del bus del equipo, formando un pasillo humano de aplausos y aliento. Cuando el vehículo apareció, las banderas se agitaron como olas y los cánticos se convirtieron en rugidos. El respaldo al grupo era total.
El optimismo estaba en el aire. En los pronósticos que se escuchaban entre la multitud, el Verde siempre salía vencedor, aunque con la prudencia de quienes saben que Sao Paulo no es cualquier rival. “Les vamos a ganar, pero toca sudarla”, decía un hincha con la voz ronca de tanto cantar.
A más de una hora del inicio, las tribunas ya estaban repletas. El Atanasio, iluminado por una mezcla de luz natural y la energía de miles de corazones, latía al ritmo de una ciudad que, por 90 minutos, solo tenía un objetivo: ver a Nacional dar el primer golpe en la serie y soñar con una nueva noche gloriosa en la Libertadores.
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