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Un inodoro volador, bombas y sangre: así se desató la noche más oscura de la Copa Sudamericana

Lo que debía ser un partido de fútbol entre Independiente y Universidad de Chile por la Copa Sudamericana terminó convertido en un caos de violencia y descontrol, debido a fallas de seguridad.

  • Imágenes de los enfrentamientos entre hinchas de Independiente y los de la Universidad de Chile. FOTO: GETTY
    Imágenes de los enfrentamientos entre hinchas de Independiente y los de la Universidad de Chile. FOTO: GETTY
hace 8 horas
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El fútbol sudamericano está habituado a los escándalos. Pero lo ocurrido el miércoles por la noche en Avellaneda, durante la revancha de octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente y Universidad de Chile, rebasó cualquier antecedente conocido. Lo que debía ser una fiesta de fútbol terminó en una escena de barbarie: heridos, destrozos, más de 300 detenidos y un partido cancelado por decisión de la propia Conmebol.

Según varios periodistas argentinos presentes en el escenario y consultados por EL COLOMBIANO, la violencia no nació en la cancha. Un día antes, hinchas de ambos equipos se enfrentaron en las calles y se denunciaron robos de banderas. Ese fue apenas el preludio de lo que vendría.

Pese a esos antecedentes, la seguridad falló desde el inicio. La barra de la U ingresó sin revisión, cargada de bombas de estruendo, proyectiles y hasta armas blancas. Fue ubicada, insólitamente, en la bandeja superior del estadio, justo encima de hinchas locales, en un sector imposible de controlar.

El balón rodó, pero el clima estaba envenenado. Alrededor de 30 aficionados de Universidad de Chile destrozaron un baño del estadio y comenzaron a arrojar objetos hacia la parcialidad de Independiente. Entre los proyectiles cayeron butacas, líquidos, orina, materia fecal... incluso un inodoro.

La tensión subía minuto a minuto. Durante el entretiempo, el escenario se desbordó: butacas arrancadas, focos de incendio en las tribunas y un hecho que marcó la noche: un encapuchado lanzó una bomba de estruendo hacia la “Garganta del Diablo”, sector donde suelen ubicarse familiares de jugadores. Ese ataque encendió la furia de los hinchas locales.

El segundo tiempo apenas pudo jugarse unos minutos. Los jugadores de la U intentaron pedir calma, pero los incidentes continuaron. Con heridos en la cancha y proyectiles cayendo desde las gradas, el árbitro y los equipos corrieron a los vestuarios. La Conmebol canceló oficialmente el partido.

El desalojo fue un caos absoluto. La policía argentina reprimió con dureza: palazos, gases lacrimógenos, corridas. Las imágenes transmitidas en redes y televisión mostraban hinchas ensangrentados, semidesnudos, pidiendo auxilio en medio de la estampida.

En el interior del estadio, un grupo de hinchas de la U quedó atrapado. Los hinchas de Independiente los acorralaron y se produjo un linchamiento brutal que quedó registrado en videos y fotografías. Algunos chilenos intentaron escapar saltando rejas de seguridad; otros quedaron inconscientes en el suelo. Como macabra postal, camisetas de la U fueron colgadas como trofeos en las rejas del Libertadores de América.

La violencia se extendió al estacionamiento, donde el bus oficial de la Universidad de Chile fue destrozado. Jugadores y cuerpo técnico tuvieron que permanecer encerrados durante horas en el vestuario, hasta que finalmente, de madrugada, fueron escoltados hacia su hotel.

Independiente publicó un comunicado en redes sociales señalando “desmanes” en la tribuna visitante. La Universidad de Chile denunció que sus hinchas habían sido “agredidos brutalmente”.

El escándalo escaló a nivel diplomático. El presidente de Chile, Gabriel Boric, confirmó que ciudadanos chilenos habían sido hospitalizados y detenidos en Argentina. Ordenó a su embajador visitar a los afectados en comisarías y hospitales. “Lo sucedido en Avellaneda está mal en demasiados sentidos: desde la violencia de las barras hasta la evidente irresponsabilidad en la organización. La justicia deberá determinar los responsables”, escribió en sus redes sociales.

La Copa Sudamericana, segundo torneo más importante de clubes de la región, quedó manchada por imágenes que dieron la vuelta al mundo: hinchas golpeados, policías reprimiendo con violencia, banderas arrancadas, familias huyendo del estadio.

Argentina ha intentado en los últimos 20 años endurecer los controles para reducir la violencia en los estadios, limitando incluso el ingreso de hinchas visitantes. Pero en Avellaneda las normas no aplicaron, y la consecuencia fue una noche que quedará en la memoria no por el fútbol, sino por la barbarie.

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