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Gardel: la historia de una despedida masónica y una ofensa que no fue

El martes 24 de junio se cumplen 90 años de la muerte del artista universal. Esta es una historia sobre la disputa poco conocida que ocurrió en las horas posteriores a su fallecimiento.

  • Foto tomada en 1930 muestra al cantante de tango observando un pájaro en una jaula. FOTO AFP
    Foto tomada en 1930 muestra al cantante de tango observando un pájaro en una jaula. FOTO AFP
  • El cenotafio que recuerda la tumba de Gardel en el San Pedro. FOTO: Julio César Herrera
    El cenotafio que recuerda la tumba de Gardel en el San Pedro. FOTO: Julio César Herrera
  • Gardel: la historia de una despedida masónica y una ofensa que no fue
hace 5 horas
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El cuerpo de Carlos Gardel, con las costillas al aire, los huesos de sus piernas fragmentados en pequeñas partes, sin pies, con su nariz y dedos y ojos y pómulos carbonizados y su dentadura blanca perfecta, reposa en algún salón del aeropuerto Olaya Herrera, después de una simulación de necropsia que se limitó a confirmar su identidad con esa sonrisa solo suya y una pulsera de oro con su nombre y dirección en Buenos Aires que colgaba de su antebrazo sin venas. Hace apenas cuatro horas ese cuerpo se despedía con gestos cálidos y elegantes del público de Medellín, agitaba sus manos, ofrecía su sonrisa, antes tomar vuelo.

Ahora ese cuerpo mudo aguarda junto a los cadáveres de los músicos Alfredo Le Pera, Ángel Riverol, Guillermo Barbieri, José Corpas y el agente de prensa Alfredo Azzaff a ser reclamados para recibir los rituales funerarios que todo muerto merece recibir.

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La noche acaba de caer y está fresca. En medio del caos por el desastre que convirtió a Medellín en la ciudad más mencionada en el mundo ese 24 de junio de 1935, les llega de alguna parte una orden a los encargados de los penosos trámites mortuorios del Zorzal Criollo, una orden tajante pero sin la valentía de un rostro: Gardel no podía recibir cristiana sepultura.

Las razones son confusas, se cruzan. Que por haberse declarado en contra del matrimonio en una entrevista, que por su vida libidinosa, que por no tener familia doliente presente ni hechos que atestigüen su fervor por la fe católica. Pero todo eso es perdonable, lo que no es redimible es que Gardel sea masón.

La historia de las horas posteriores a la muerte del artista universal quedará oculta más de dos décadas, y en ese periodo solo será conocida en detalle por quienes vivieron de cerca esos momentos cruciales que pudieron convertir el vínculo de Medellín y Gardel en algo muy diferente ante el mundo, no en la que despidió al Zorzal, sino la ciudad de la infamia.

En la ciudad hay silencio. La Voz de Antioquia habla en todas las casas, cafetines y bares, y es desde esa frecuencia que el gerente del Teatro Junín –ubicado en el mismo edificio del Hotel Europa donde se hospedó el Zorzal hasta esa mañana– acaba de ofrecer el teatro para un velorio masivo al artista y su grupo.

Roberto Ughetti, uno de los que han asumido la responsabilidad de planear un adiós digno para Gardel, busca desesperado al canónigo y doctor Enrique Uribe Ospina, un presbítero que a pesar de pertenecer a la élite eclesiástica tiene un arraigo popular por su fama de orador y hombre de soluciones.

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Roberto, uno de los barítonos más importantes del mundo, está de gira en Medellín con la compañía de zarzuelas de su hermana Marina, y acude a su gran amigo, el padre Enrique, como último recurso para evitar la infamia que se prepara en contra del cadáver de Gardel. El canónigo, que ya escuchó el ofrecimiento del gerente del Teatro Junín, también está de acuerdo en que convertir los servicios funerarios del artista en un espectáculo de masas y no en un momento sobrio y solemne es indigno e injustificable, así que pide a Roberto que en el menor tiempo posible se logre el traslado de los féretros del Zorzal y sus músicos, que alcanzaron a entrar al teatro (ubicado donde hoy es el Coltejer), hasta su casaquinta, un palacete vecino al Teatro Junín cuya enorme puerta doble hoja resguarda unos jardines espléndidos, (32 años después en el lote de esa mansión se construirá el edificio La Ceiba).

El cenotafio que recuerda la tumba de Gardel en el San Pedro. FOTO: Julio César Herrera
El cenotafio que recuerda la tumba de Gardel en el San Pedro. FOTO: Julio César Herrera

Con la noche particularmente negra ya avanzada, los ataúdes se instalan en la sala del sacerdote, y así transcurre la velación, con artistas, empresarios, periodistas y algún colado que se escabulle para intentar echar un vistazo al ataúd más hermoso visto en Medellín, en el que la Paramount ha ordenado que se deposite el cuerpo de su artista.

Las oraciones y conversaciones cansinas se interrumpen abruptamente. Un grupo de hombres camina acompasadamente por el largo sendero adornado de flores, sube por la escalinata de mármol y entra hasta la salas de velación. Se presentan sin ambages: son miembros de la Logia y están ahí para honrar a su hermano masón. Es un día especial para la fraternidad: Gardel ha muerto el mismo día de San Juan Bautista, santo patrono de los masones.

Sobre ese momento, Aquiles Echeverri, integrante de la Academia Antioqueña de Historia, escribirá que el padre Uribe les exigió con vehemencia las pruebas contundentes que demostraran que Gardel era masón, pero al no poder acreditarlo, el grupo se marchó. Sin embargo, varios testigos de esa noche contarán otra historia.

En 1961 el periodista Roberto Cassinelli, a quien la revista Cantando de Buenos Aires le encarga viajar a Medellín a encontrar la mayor cantidad de huellas del Zorzal para reconstruir sus últimos pasos, a un cuarto de siglo de su muerte, encontrará, entre otros testimonios, el de Roberto Crespo, esposo de Marina Ughetti, que le asegurará que su cuñado Roberto y Fernando Estrada –el fundador de Ópticas Santa Lucía, el dueño del Palacio Egipcio y Masón Maestro Venerable– fueron los que lideraron el plan para brindarle al Zorzal Criollo una tenida fúnebre, como se le conoce a la ceremonia ritual con la que los masones despiden a sus hermanos.

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El propio Roberto Ughetti corroborará la historia diez años después, en una entrevista al diario bonaerense Crónica, en 1971, condenando de manera enfática el oprobio que estuvo a punto de suceder esa tarde-noche del 24 de junio del 35: “¡Qué delito! ¿No? Como si el hecho de no compartir ciertas ideas clericales pudiera determinar atropellos así (....) criticar las malas actitudes del clero no equivale a alejarse de Dios, todo lo contrario... ¡Negar la sepultura a un muerto!”.

Las versiones de ambos, contrario a lo que sostuvo Echeverri, es que no solo sí lograron rendirle tributo a su modo, sino que lo hicieron varias veces.

¿Carlos Gardel en la mitad de una guerra?

El país en el que muere Carlitos es el de la Revolución en Marcha, la República Liberal que comenzó cuatro años atrás y que se extenderá en total por 16 años marcando un periodo de transformaciones sociales y políticas, y también incubando la violencia que lo consumirá con todos los fuegos desde mediados de los 40.

En Medellín y Antioquia, inamovibles bastiones conservadores, la iglesia católica ha desatado abiertamente una persecución en contra de los liberales y cada movimiento o expresión relacionados con estos. Muchos de los liberales más influyentes: empresarios, políticos y artistas, son también masones.

Monseñor Miguel Ángel Builes, el implacable perseguidor de liberales, masones y librepensadores, escribe columnas en los diarios conservadores titulados, por ejemplo, así: “Los masones, encarnación e instrumentos de Satanás”.

A finales de 1934 se constituye la Gran Logia del Departamento de Antioquia para hacer las veces de confederación. Es un momento de florecimiento para la masonería, según el historiador Mario Arango Jaramillo. Los masones ocupan posiciones estratégicas en la esfera política y social del país, prosperan, incluso en la Antioquia goda, con sus postulados sobre ciencia, filosofía, política y hasta urbanismo. Pero también crece el recelo. Desde Bogotá, la élite masónica fomenta la división de las logias en Antioquia y en uno de esos casos de “los enemigos de mis enemigos, mis amigos serán”, unen fuerzas con la Iglesia paisa para dividirlos y luego arrasarlos hasta menguarlos en los 40.

Gardel: la historia de una despedida masónica y una ofensa que no fue

Arango, en su libro Masonería y Partido Liberal, sostiene que esa derrota para los liberales masones de Antioquia conllevó un arrasamiento de su historia que apenas fue recuperada, en parte, medio siglo después, en la biblioteca masónica de Nueva York.

En el plano de la conjetura, no parece improbable que la Iglesia en Medellín haya entendido que honrar a una figura como Gardel, un ídolo de masas, sería contraproducente en la guerra ideológica que libraban de la mano de los conservadores por recuperar el poder y deslegitimar otras corrientes políticas, filosóficas e intelectuales.

Gardel, masón misterioso

De ser cierta la versión de que el sacerdote pidió pruebas al grupo masón que apareció de imprevisto en la noche del velorio, es entendible que no existieran tales evidencias palpables para comprobar la pertenencia del cantante, compositor y actor con la logia del Gran Arquitecto Universal. Para empezar, la hermandad mantuvo siempre un cariz de secretismo.

La Gran Logia de Argentina de Libres y Aceptados Masones no ha tenido éxito al buscar documentos que corroboren la iniciación del Morocho del Abasto en dicho país. El periodista Jorge Sturla, el mismo que entrevistó a Ughetti en 1971, sostuvo que la presunción es que Gardel tuvo su iniciación masónica en Francia o Estados Unidos.

Lo que sí está documentado es que Gardel cantó con sus músicos para una logia masónica en Nueva York en su gira en 1933.

Los investigadores uruguayos que sostienen que el padre del Zorzal fue el coronel Carlos Escayola, aseguran que el supuesto progenitor estuvo cerca de alcanzar el más alto grado honorífico de la masonería, antes de ser expulsado en un juicio de la hermandad en 1888. Pero en la biografía de Gardel no existe ninguna pista que permita pensar en una posible influencia de Escayola en el Zorzal, aunque el dato alimenta el misterio aún sin resolver sobre la verdadera relación del artista con la masonería.

El entierro de un hombre

Son las diez de la mañana, pero el cielo todavía no se despereza. Aunque la mansión ubicada entre La Playa y Sucre salvó la cámara ardiente, todavía falta que el cuerpo de Gardel entre y salga de una iglesia antes de ser inhumado.

El grupo de masones rodea el féretro y antes de que sea alzado se turnan para darle un golpe sobre la tapa. La marcha hacia la Basílica Menor de La Candelaria, en Parque Berrío, es larga y tumultuosa. El cuerpo de Gardel, nuevamente gracias a la gestión del canónigo, recibe los actos litúrgicos. Antes de que la procesión se dirija hacia el cementerio San Pedro, los masones –contará Crespo 25 años después– logran que se desaloje el templo para tener unos minutos con el féretro y ofrecerle sus particulares honras.

El sol entibia por fin los restos de la mañana. Son las once y media y la carroza fúnebre comienza a andar por Bolívar. En el tramo final, cuatro integrantes de la compañía de Marina Ughetti alzan en hombros el ataúd y entran al San Pedro. Ya la bóveda dos, del local 35, de la galería San Pablo Norte está dispuesta para recibir los restos del cantante.

El San Pedro está a reventar. La gente se atropella, busca desesperadamente tocar el féretro, quizás ver el cuerpo, convencerse de que el ídolo está muerto. Crespo, Ughetti y los que están al mando deciden que será imposible soldar el revestimiento metálico del hermoso pero complicado ataúd y deciden no agitar más a la gente, no volverlo un espectáculo. Se marchan y regresan en la noche, todavía hay una pequeña romería, mientras retiran el cajón brevemente de la bóveda y sellan su contorno se cuela el fotógrafo de El Colombiano, Jorge Obando, y toma una de las varias fotografías inmortales que armaron una secuencia única desde el accidente hasta sus honras fúnebres y que ahora pertenecen al archivo exclusivo de la familia de Obando.

El día oscurece rápido. Ya en la verdadera orfandad que queda después de los entierros, la ciudad se deja arropar por el marasmo de siempre. El Mago, el Rey del Tango está muerto, está enterrado.

Óscar Uribe Arcila le contará décadas después a Arango que su hermano mayor, el Gran Maestro Rubén Uribe Arcila (quien fundó con Fernando González el movimiento LAIN que buscó promover la inteligencia nacional), dirigió en el Templo Masónico de Medellín un homenaje último días después para cerrar así su compromiso de despedir a su hermano de fraternidad.

Los restos de Gardel salen del Cementerio San Pedro el 18 de diciembre de 1935. Su mejor amigo Armando Delfino los llevará consigo por un viaje que pasará por Amagá, La Pintada, Valparaíso, Caramanta, irá hasta Buenaventura y se embarcará hacia Panamá, Nueva York, Río de Janeiro, Montevideo y finalmente Buenos Aires, en febrero de 1936. Los restos de Gardel utilizaron todos los modos de transporte conocidos por el ser humano hasta entonces para reposar en su última morada, en el cementerio de Chacarita.

La ciudad que negaba entierros dignos

Que se sepa, el casi agravio a Gardel no suscitó ni en ese entonces ni en tiempos recientes alguna discusión pública sobre la segregación que se practicó en Medellín con una impiedad formidable.

Desde los tiempos de dominio de la corona española hasta la década de 1930, es la Iglesia católica la que decide quién merece y quién no entierro digno. En pocas regiones se cumplió esa tiranía tan resueltamente como en Antioquia. Hasta mediados de los 1800, casi la totalidad de los muertos en el país se enterraban en los templos. El rey Carlos III en 1781 había ordenado construir cementerios afuera de las ciudades por salubridad, la medida tardó casi medio siglo en cumplirse, pero el control en dichos camposantos siguió siendo de la Iglesia.

En 1853, cuando se firma la ley de separación Iglesia-Estado, los cementerios pasan a estar bajo administración de los gobiernos regionales. En Medellín, el San Pedro, que había sido construido once años atrás como el primer camposanto privado de la ciudad y destinado a los muertos de las élites, vuelve a quedar en manos de la Iglesia en 1855. Nada cambia. La Iglesia decide que los indignos, a su juicio, no podían ser enterrados con decoro en los cementerios: ateos, fieles de otras religiones, prostitutas, herejes, bebés sin bautizar, madres solteras, suicidas, librepensadores, personas con enfermedades mentales y, entrado el siglo XX, miles de liberales.

Los despojos mortales de todos ellos quedan destinados a los muladares, espacios contiguos a los cementerios donde literalmente tiraban los restos al desgaire. En el San Pedro el ingreso al muladar tenía una puerta diferente a la principal de la necrópolis y solo hasta inicios del Siglo XX construyen una galería más digna para laicos.

En registros rescatados de hace más de 100 años se pueden leer folios donde se dejan constancias como esta: “(...) fallecido a los 40 años de edad, Libro 3, folio 261 el 12 de marzo de 1910. No se le administraron los Santos Sacramentos porque era idiota desde niño”. Varios antropólogos dedicados al tema descubrirían a lo largo de varias décadas que lo que la Iglesia llamaba idiotas para negarles sepulcro digno eran personas con enfermedades como Alzhéimer y esquizofrenia; trastornos como autismo y condiciones como síndrome de down.

En 1933, el presidente Enrique Olaya Herrera promulgó que la Iglesia no podía seguir siendo la que determinara quien tenía derecho a ser enterrado con dignidad y ordenó a los alcaldes construir cementerios públicos administrados bajo el principio de que todos los ciudadanos tienen los mismos derechos, en vida y en muerte. Por eso se construyó en 1934 el cementerio Universal, la idea de Olaya Herrera fue ejecutada por el maestro Pedro Nel Gómez, que diseñó un necrópolis que rindiera homenaje a ese principio de universalidad. Después de décadas de abandono y de recibir los huesos sin nombre de los hijos que el narcotráfico y el conflicto armado le arrebataron a la ciudad, el Universal es hoy un cementerio digno, el único en el país con un mausoleo dedicado exclusivamente a las víctimas de desaparición forzada que recuperaron su identidad. En los últimos cinco años se han hecho casi 600 exhumaciones de restos que están en proceso de recuperar su nombre.

Hoy, a esas galerías restauradas, llegan los cuerpos de habitantes de calle, adultos mayores sin familia, migrantes y población en pobreza extrema. Medellín sigue siendo muchas cosas, pero al menos en la última ciudad que pisó Gardel ya no le niegan un entierro digno a nadie.

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