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Por Cristian Halaby Fernández - opinion@elcolombiano.com.co
Colombia necesita una nueva narrativa. No la del asistencialismo ni la del clientelismo, sino la de la productividad, la libertad y el orgullo por lo que se crea y exporta.
El camino no es pedir más subsidios ni esperar milagros políticos: es rediseñar el Estado para que el ciudadano emprenda, se libere y construya riqueza con autonomía. Estonia lo demostró. Tras liberarse del modelo soviético, diseñó un Estado ágil, digital y transparente, donde el ciudadano produce sin pedir permiso. Hoy es una de las democracias más eficientes de Europa. ¿Y si Colombia pudiera adaptar esa lógica a su propio contexto?
En Estonia, los niños aprenden a programar desde la primaria. La tecnología se enseña como competencia ciudadana, no como contenido opcional. El pensamiento lógico y la resolución de problemas son pilares de su formación.
En Colombia, la tecnología aún se enseña como accesorio. La innovación depende más de esfuerzos individuales que de políticas educativas. No se trata de repartir tabletas, sino de formar creadores, no consumidores. Estonia convirtió el Estado en una plataforma interoperable. Las instituciones públicas se comunican entre sí. Crear una empresa toma cinco minutos. Los trámites se hacen en línea y el ciudadano no necesita intermediarios. En Colombia, el Estado es un laberinto: colas, papeles, corrupción y desconfianza. Necesitamos una institucionalidad ágil, confiable y digital. Que el Estado sea un puente, no un obstáculo.
En Estonia, las empresas solo pagan impuestos cuando reparten ganancias. Si reinvierten, no tributan. El sistema fiscal incentiva el crecimiento y apoya al emprendedor.
En Colombia, el sistema tributario castiga al que emprende: impuestos anticipados, cargas laborales desproporcionadas y una DIAN que parece diseñada para perseguir, no para acompañar.
El emprendedor debe ser tratado como socio estratégico del país, no como sospechoso tributario.
Estonia apostó por lo intangible: la data, el talento y la conectividad. Digitalizó su sistema judicial, educativo y sanitario. Aplicó blockchain para proteger registros y redujo gastos innecesarios. Colombia tiene lo que Estonia no: abundancia de talento humano. Pero lo desperdicia en trámites, filas y burocracia. El recurso más valioso no está bajo tierra, sino en nuestras ideas.
Un país que produce bienes y servicios, que exporta valor, no depende de subsidios. Cuando se genera riqueza, el ciudadano prospera. Cuando el emprendedor florece, el político pierde poder sobre él.
La verdadera revolución no es ideológica, es productiva. Ocurre cuando el colombiano deja de pedir y empieza a construir. Cuando el Estado deja de controlar y comienza a habilitar.
Cuando dejamos de lamentarnos y empezamos a generar soluciones. Colombia no necesita copiar modelos ajenos. Necesita diseñar el suyo propio: uno donde el ciudadano sea protagonista, el Estado un aliado y la productividad el camino hacia una vida más libre.
La pregunta no es si podemos hacerlo. La pregunta es si estamos listos para revelarnos... y dejar de pedir permiso. Y empezar a construir la libertad que nos llene de felicidad.