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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

Las quebradas que nos dieron industria

hace 8 horas
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  • Las quebradas que nos dieron industria

Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

Hay una historia que Medellín ha dejado de contar. Una historia que no empieza con autopistas, con el metro o con los rascacielos que se elevan sobre el valle. Comienza, más bien, con el agua. Con las quebradas que descendían limpias de la montaña y que, durante buena parte del siglo XX, hicieron posible el surgimiento de la industria antioqueña. Las primeras fábricas —de textiles, de jabones, de alimentos— no se instalaron por capricho. Se instalaron donde había agua. A la orilla de La Iguaná, de La Hueso, de La Presidenta. El agua fue energía, insumo, motor. Sin esas quebradas, muchas de las empresas que marcaron el desarrollo económico del país no habrían sido posibles. La relación entre el agua y el progreso industrial fue técnica, concreta, esencial. Pero a medida que la ciudad creció, también lo hizo la desconexión con esa realidad. Enterramos las quebradas, las contaminamos, las convertimos en drenajes. El agua, que fue origen, se volvió estorbo. Y en nombre de una modernidad mal entendida, actuamos como si los recursos fueran infinitos. Hoy, el cambio climático nos obliga a mirar con frialdad las condiciones del entorno. Y la primera es esta: la capacidad hidráulica del Valle de Aburrá es limitada. Hay una cantidad de agua que puede sostener la producción sin colapsar el sistema.

La sostenibilidad, en este contexto, no puede seguir siendo una consigna ideológica o una moda pasajera. Es una condición operativa para que Medellín siga siendo una ciudad productiva, competitiva y atractiva para la inversión. Y el empresariado, que ha sido siempre motor de transformación, tiene en esto un nuevo reto.

Las compañías que nacieron a orillas de las quebradas pueden ahora liderar una nueva etapa: más tecnológica, más eficiente, más conectada con los desafíos del siglo XXI. Invertir en eficiencia hídrica, en modelos productivos sostenibles, en tecnologías limpias no es una concesión ambientalista: es una estrategia inteligente, alineada con la realidad del mercado, las regulaciones internacionales y las exigencias de consumidores cada vez más informados. El agua, en Medellín, no solo fue recurso: fue infraestructura económica. Cuidarla no es una obligación moral, sino una decisión estratégica. La sostenibilidad no es un freno al crecimiento, sino un habilitador de innovación, de ventaja competitiva y de continuidad empresarial. Y pocas ciudades como Medellín tienen el capital humano, empresarial e institucional para hacer de este desafío una oportunidad.

A nivel nacional, la historia se repite. Más del 65% de la electricidad en Colombia proviene de fuentes hidroeléctricas. Esa realidad, que muchas veces damos por sentada, ha sido posible gracias a la abundancia de ríos y cuencas que surcan nuestra geografía. La energía que hoy mueve nuestras industrias enciende nuestras casas y permite el desarrollo tecnológico del país, nace del agua que cae desde las montañas, se embalsa en represas y se transforma en electricidad. Esta dependencia estructural de los recursos hídricos convierte al agua no solo en un activo ambiental, sino en el fundamento energético del modelo económico colombiano. Pero esa capacidad no es infinita. Necesitamos pensar en el mitigamiento del cambio climático como una causa que debe unir a empresarios, técnicos y ciudadanos con una visión compartida: prosperar cuidando lo que nos sostiene. Porque, como decía Heráclito, “nadie se baña dos veces en el mismo río”.

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Por Juan Esteban García Blanquicett - @juangarciaeb

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