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Ya quisiera cualquier país occidental acoger en sus universidades a tantos estudiantes chinos como lo ha hecho Estados Unidos en cuarenta años. Aunque el número ha descendido a unos 270.000 por la pandemia y por los conflictos económicos y políticos azuzados por el señor Trump, la verdad está en que al regresar a China los jóvenes ya profesionales han sido en buena parte impulsores del gran acercamiento entre dos mundos que se repelían.
En enero de 1979 Deng Hsiao Ping viajó a Estados Unidos y firmó con Jimmy Carter el Acuerdo de Ciencia y Tecnología para acelerar los intercambios científicos. Entonces sólo cien muchachos de la China estaban matriculados en universidades estadinenses. Cabían en dos o tres salones. Se inauguraba en aquel entonces la economía socialista de mercado y empezaba una era nueva en las relaciones entre gringolandia y la nación amarilla, de la que se hablaba ya desde la época de Nixon.
Trump está cometiendo un error histórico descomunal con la imposición de restricciones a una universidad insignia como Harvard y a los inmigrantes chinos y de una larga lista de países a los que se les impedirá la entrada a la gran nación del Norte. Sin los chinos que habían estudiado en Estados Unidos en el decenio de los ochentas del siglo pasado, y que habían asumido el liderazgo la economía y la vida social, la transformación alentada por el primer ministro Deng Hsiao Ping se habría demorado muchos años o nunca se habría verificado.
Los que hemos tenido el privilegio de estar en China y aficionarnos a estudiarla como civilización milenaria comprendemos mejor lo dicho en el párrafo anterior. Reafirmo lo escrito por allá en 1993, después de compartir aquellas experiencias con un simpático y diverso grupo de periodistas de más de diez nacionalidades invitados a caminar por la Gran Muralla, la Plaza de Tiananmen, la avenida de la Paz Celestial, el Palacio Imperial y demás lugares fascinantes a pesar de la vigilancia silenciosa del gigantesco retrato de Mao y de miles de uniformados. China le enseña al mundo su invención de la Cuadratura del Círculo.
La civilización china es redonda por fuera y cuadrada por dentro. Por fuera está lista para entablar relaciones comerciales, culturales, hasta políticas, con cualquier nación que las acepte. Pero por dentro es rígida, no afecta su fe en el Partido, se mantiene unida, pues de lo contrario volaría en mil pedazos, en mil provincias incontrolables. Cuadrada por dentro, redonda por fuera. Y así, sin afán desmedido, con calma, con sabia prudencia, de modo amistoso y respetuoso de la multiplicidad global, ha despertado, se despereza y enseña su potencia al resto del planeta.
Apretar a la Universidad de Harvard y otras instituciones es violar uno de los tesoros nacionales de Estados Unidos. Cerrarles las fronteras a inmigrantes que aprenderán y reproducirán esa cultura al retornar a sus países, sobre todo a China, es una tontería imperdonable.
