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Las cosas simples

Después me mudé a la ciudad donde jamás dejé de sentir que me faltaba algo. Ese algo era el sol, la naturaleza, el silencio y la silla asoleadora.

hace 13 horas
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  • Las cosas simples

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

No me he ni parado de la cama y ya el sol enceguece a través de la ventana. Afuera cantan las chicharras y los pájaros. He venido al campo a descansar. Traje decenas de libros y tengo el día, la noche, la semana entera para leerlos. No me duele el talón. No tengo textos qué corregir ni clases qué dar. No me entra señal de celular. Me abandono a la inmensa tarea de hacer nada sin sentirme mal por ello. Posiciono la silla asoleadora, me embadurno de bronceador, elijo el libro de turno y me rindo a sus páginas, luego al sueño, luego otra vez a sus páginas, luego al paisaje que parece una postal. Al fondo serpentea el Cauca y vuelan loros y garzas. Entonces pienso que no le cambiaría nada a este momento, que esta es mi idea de felicidad perfecta. Paradójicamente es lo que hice cada fin de semana, sin falta, durante los veintiocho años que viví en el campo. Era tan feliz que ni siquiera me lo preguntaba. Después me mudé a la ciudad donde jamás dejé de sentir que me faltaba algo. Ese algo era el sol, la naturaleza, el silencio y la silla asoleadora. De cosas tan simples como esas se compone la felicidad.

Vengo desde hace un tiempo indagando entre la gente cuál es su idea de felicidad perfecta. Esa es tan solo una de las treinta y cinco preguntas del Cuestionario Proust, diseñado para explorar la personalidad y las preferencias de los individuos. Se llama así porque el escritor francés Marcel Proust lo respondió en un par de ocasiones. En varios medios de comunicación lo usan y esa es la razón por la cual conozco la respuesta que muchos personajes famosos dieron a la pregunta que me interesa. «Leer», respondió David Bowie. «Ver caballos», dijo María Gainza. «Una canoa, nubes y ningún plazo de entrega» contestó Margaret Atwood. «Vivir en contacto con quienes amo, con la naturaleza, con una buena cantidad de libros y música», respondió el mismísimo Proust la segunda vez que lo hizo. Las respuestas de mi gente cercana no son muy diferentes: un café conversado con buenos amigos, ver los gatos durmiendo, bañarse en una quebrada de agua limpia, estar frente al mar, jardinear, escuchar música, caminar hasta la cima de la montaña, comer los fríjoles de la abuela, oír las risas de los niños, dormir hasta tarde, volver a casa después de un largo día de trabajo.

No tengo espacio para compartirles las demás respuestas que he recibido, pero no importa porque, al final, todas apuntan a lo mismo. Lo que más felices nos hace no tiene nada qué ver con cosas sofisticadas y costosas sino con todo lo contrario. Tiene que ver con el amor, con sentirte acompañado, con el entorno natural, con escenas simples y cotidianas que nos generan calma y seguridad. Pareciera que los seres humanos, instintivamente, sabemos dónde hallar la felicidad, no entiendo entonces por qué nos empeñamos en buscarla en los lugares equivocados. Lo que soy yo seguiré leyendo bajo el sol hasta que se acaben los libros. O el sol. O yo.

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