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La Estantería

05 de julio de 2025
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Por Lewis Acuña - www..lewisacuña.com

A las tres de la mañana, Kurt Warner acomodaba cajas en los estantes de un almacén. Era el costo que asumió por su objetivo de un estadio lleno y el pase perfecto que aún no había lanzado. Un sueño que ya había acariciado, pero que se le escapó de las manos.

Había sido mariscal de campo universitario. No el mejor, pero lo suficientemente bueno como para merecer una oportunidad. Pero lo descartaron en el draft de la NFL, donde cada equipo de la liga escoge sus futuras estrellas.

A los 24 años, estaba de regreso en casa, sin equipo, sin contrato y con una familia que mantener. Su esposa y su hijo —que vivía con una discapacidad— eran su razón, su miedo y su impulso. Por ellos trabajaba turnos nocturnos por $5.50 dólares la hora. Por ellos, también, cada mañana lanzaba balones en un campo vacío al terminar en el almacén.

No dejó de entrenar. No dejó de creer y alguien vio su talento en un partido. Era otra liga. Una menor. Otro ritmo. Otro mundo. Pero también la pequeña ventana por donde filtró las ilusiones que lo mantenían acomodando cajas.

Su gran historia vio la luz. La NFL le abrió de par en par sus puertas cuando el titular de los St. Louis Rams se lesionó y él tomó prestado su puesto. En 1999, no solo lideró a su equipo al Super Bowl, la gran final, sino que la ganó. Además, fue elegido como el Jugador Más Valioso del partido y de toda la temporada. El acomodador de estanterías nocturno se convirtió en campeón del mundo y en su estantería puso los trofeos más deseados por todos los futbolistas profesionales. Ellos no solo brillaban por los recuerdos de un trabajo incansable que le dio una envidiable fortaleza física, sino que representaban la cúspide de su fortaleza emocional.

Cuando todo te dice que no, cuando el rechazo es repetido y el futuro incierto, la desesperanza intenta apuñalar el alma, y él lo evitó. Mientras muchos, ante sus ojos, se rindieron por sentirse invisibles, Warner aceptó su anonimato con dignidad. No se envenenó con resentimientos ni buscó culpables. Se sostuvo. Se aferró a su propósito. Incluso cuando el balón se le escapó de las manos, no lo dejó caer.

Eso también es inteligencia emocional. Saber quién eres, incluso cuando todos quieren o parecen ignorarlo. Su historia no es la de alguien que llegó a su sueño, sino la de quien no dejó de soñarlo.

Lo más importante es apreciar que cuando el logro parece llegar tarde, no lo hace necesariamente para remediar el dolor, sino para darle un sentido a lo que fue.

No fue la fama ni el fútbol lo que lo convirtió en leyenda. Fue su fe. Fue su espera. Fue su capacidad de seguir creyendo mientras acomodaba cajas. Fue su esperanza estratégica la que no dejó apagar su alma.

Kurt Warner es el hombre que un día decidió acomodar pacientemente sus sueños en las estanterías de la inmortalidad deportiva.

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