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Rendirse a la ternura

Creo que más que una estructura de negocio que lee poemas por encargo, la Cabina literaria es un estudio sobre la expresión del amor.

hace 13 horas
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  • Rendirse a la ternura

Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo

Tengo una amiga que lee poemas por teléfono. Ya sé que suena increíble, sin embargo, hay algo aún más increíble: se gana la vida con eso. Un día mandó a hacer una réplica de las típicas cabinas telefónicas londinenses “Buenos días, habla María Cecilia de la Cabina literaria y a continuación voy a leer un poema que alguien quiere dedicarle”. Y así, de poema en poema, han pasado diez años. ¡Diez años! Me gusta creer que, aunque el mundo vaya en picada y haya tantos asuntos urgentes por solucionar, todavía seamos capaces de invocar la belleza, abrirle un hueco a esas cosas que no sirven para nada, pero sirven para todo. Cosas como un poema que sacude tu vida cuando menos lo esperas y te deja preguntándote cuánto de lo que necesitas aún no sabes que lo necesitas. Justo ese es el poder del arte. Emocionar. Sacudir. Hacernos conscientes de la belleza y el horror de estar vivos y conseguir que nos conmocionemos por ello.

Creo que más que una estructura de negocio que lee poemas por encargo la Cabina literaria es un estudio sobre la expresión del amor. Los hijos le dedican poemas a sus madres y las madres a sus hijos. Los amigos a los amigos y los hermanos a los hermanos. Los aliviados a los enfermos. Por supuesto la mayor cantidad de clientes son personas deseosas de expresarle a su pareja tanto su amor como su desamor, según sea el caso. Pero no hay nada comparable con la cantidad de poemas que se dedican el día de la madre. Este año, por ejemplo, llegaron a la Cabina ciento cincuenta peticiones. Casualmente el fin de semana pasado se celebró el día del padre aquí en Colombia así que aproveché para preguntarle a María Cecilia cuántos poemas había dedicado. La respuesta me dejó fría: siete poemas. No sé si esto habla más de las ausencias paternas o de la dificultad masculina de rendirse a la ternura. Se me ocurren muchas otras razones para explicar semejante desproporción, pero no voy a ahondar en ellas porque estoy segura de que todas, sin excepción, apuntan a la necesidad urgente de reivindicar la ternura. No como un gesto ingenuo y sentimentalista atribuido generalmente a los niños o las mujeres sino como lo que es: la fuerza que nos permite conectar con los demás, reconocer algo propio en ellos, comunicarnos en un plano de igualdad lejos de la indiferencia y la deshumanización de estos tiempos.

En el discurso de recepción del Nobel de literatura, Olga Tokarczuk se refirió al asunto. “La ternura es la forma más modesta de amor. Es la capacidad de ver al otro no como un ente ajeno, sino como alguien con quien compartimos la experiencia de la vida”, dijo. Y también dijo: “Es el compartir consciente, aunque quizás un poco melancólico, del destino común”.

A lo mejor, en este mundo hostil, la ternura puede salvarnos. Ojalá algún día seamos capaces de rendirnos a ella, de tal manera que lo increíble no sea que alguien se gane la vida leyendo poemas por teléfono sino que todos, sin excepción, nos sintamos cómodos dedicándolos o recibiéndolos.

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