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Las películas sobre hacerse adulto o lo que los gringos llaman “coming of age” conforman un subgénero que, como todos, cuenta con muchos ejemplos que dan vergüenza —varias de esas aventuras con estética de proyecto Disney de bajo presupuesto, en que un puñado de niños privilegiados “encuentra su verdadera vocación en las artes” — y unas pocas obras maestras, como Los 400 golpes o Boyhood. Viva la vida de Louise Courvoisier, estrenada en salas de cine colombianas y ganadora del premio Cesar de este año a la mejor opera prima del cine francés, está más cerca de la perfección que del descrédito, gracias a que su directora y guionista no sólo aprecia a sus personajes, sino que además construye para ellos una historia pequeña y sencilla pero verosímil, donde la violencia y la ternura pueden convivir.
Totone es un muchacho de 18 años que vive junto a su padre en Jura, un departamento francés de la región de Borgoña, lo que a todas luces lo convierte a él en un campesino y a la película en una bienvenida anomalía frente al usual cine urbano que nos llega desde Francia. Sin embargo, como cualquier joven de su edad, está más concentrado en saber dónde va a ser la próxima rumba, cuál es la chica con la que va a pasar la noche y qué opinan sus amigos sobre alguna cosa, que en pensar en el futuro. Courvouisier, perspicaz, tiene la gentileza de presentarnos los suficientes gestos para que no dudemos: Totone es un buen muchacho, que se apiada de su papá en los momentos difíciles y cuida a su hermanita de 7 años con gusto. Eso será importante para que sintamos compasión por él cuando la vida le cambie y a las malas le haga entender que ahora no hay red de salvamento distinta a su propio esfuerzo.
A Courvoisier, que conoce la zona y a sus pobladores porque creció en Jura, se le nota lo cómoda que está al retratar el entorno en pantalla. Hay una naturalidad en sus movimientos de cámara (miren con atención el plano inicial y piensen en la sincronización necesaria para que la chica que hace malabares sobre caballos pase por donde pasa) y en los diálogos y las escenas que consigue de un reparto conformado por personas sin formación actoral (Clément Faveau, el protagonista, es empleado en una granja avícola), que nos deja asombrados. Sobre todo triunfa a la hora de que creamos en los vínculos de amistad y amor entre sus personajes, indispensable en su visión optimista (sin tanta crueldad innecesaria, muy común también en el cine actual) de la vida. Ella prefiere mostrar golpes terribles en primer plano, que creer en soluciones mágicas o en saltarse las reglas que necesitará seguir Totone para crear un queso Comte digno de un premio. Y sin embargo, no cae en trampas melodramáticas para conmovernos, ni intenta que el sermón sobre el valor del esfuerzo que hay detrás de la película sea dicho con obviedades o pronunciado por alguien.
Un amigo de Totone es piloto en unas carreras muy populares en la zona, en la que gana el auto que más se vuelque durante el recorrido. La metáfora es tan transparente que se siente como una verdad.
Samuel castro
Miembro de la Online Films Critics Society
@samuelescritor