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El petróleo ya no manda el juego

¿El petróleo dejó de ser un arma geopolítica? No del todo, pero hoy pesa menos. El crudo del Golfo Pérsico sigue siendo relevante, pero su capacidad de chantaje se ha reducido.

02 de julio de 2025
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  • El petróleo ya no manda el juego

Durante buena parte del siglo XX, el petróleo fue el motor invisible que dirigía la política internacional. Las decisiones de los gobiernos, las guerras y las recesiones estaban profundamente atadas a la disponibilidad y al precio del llamado “oro negro”. Hoy, sin embargo, el mundo asiste a un giro silencioso pero trascendental: el crudo ha dejado de ser la carta más poderosa en la geopolítica global.

Israel y Estados Unidos bombardearon instalaciones estratégicas iraníes —uno de los mayores productores de petróleo y con capacidad de bloquear las principales rutas del “oro negro”—, e Irán respondió con misiles. Aun así, en vez de dispararse, el precio del crudo se mantuvo sorprendentemente estable: la reacción bursátil fue moderada y breve, con un repunte inicial que no superó los 80 dólares y que se desinfló en cuestión de días.

El mercado apenas titubeó. La escena contrasta con lo ocurrido en 1979. Entonces, la revolución iraní redujo la producción mundial y el barril de crudo pasó de 15 a casi 40 dólares (unos 155 dólares de hoy). Estados Unidos dependía fuertemente de las importaciones, las estaciones de servicio registraban largas filas y la inflación se disparó a niveles inusitados desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: aquellos shocks petroleros definieron, en gran medida, el destino político y económico de esa nación. Tiempos que parecen haber quedado atrás.

El contraste en la reacción actual de los mercados se explica, en buena medida, por la revolución del fracking. Desde mediados de la década de 2000, la combinación de fracturación hidráulica y perforación horizontal elevó la producción estadounidense hasta convertir al país en exportador neto: En 2003, Estados Unidos importaba unos 14 barriles per cápita; en 2024 exportó cerca de dos.

Este nuevo panorama ha desarmado, en buena medida, el poder de presión de la OPEP y ha restado protagonismo a países como Irán, Venezuela o incluso Arabia Saudita. Ahora dio paso a un “triángulo” en el que Washington comparte protagonismo con Arabia Saudita y Rusia en la capacidad de influir sobre el precio y la oferta global de crudo.

Así, para la Casa Blanca, la autosuficiencia energética reduce drásticamente los costos políticos de confrontar a las grandes potencias petroleras: los choques con Teherán o Moscú ya no implican necesariamente asumir recesiones derivadas de la escasez de petróleo.

Las consecuencias se extienden a los aliados de Estados Unidos. En 2022, Europa importó más gas natural licuado desde Norteamérica que gas ruso por tubería. Japón y Corea del Sur hallaron en los cargamentos estadounidenses un respaldo adicional para su seguridad energética y un alivio para sus balanzas comerciales. La posibilidad de redirigir barcos en cuestión de días ofrece cierto colchón ante eventuales bloqueos en el golfo Pérsico.

Ahora bien, el sistema dista de ser invulnerable. Por el estrecho de Ormuz circula cerca de una quinta parte del petróleo mundial: un cierre total provocaría un shock que el shale (roca madre que puede contener petróleo y que es objeto del fracking) no compensaría de inmediato. Con todo, la respuesta sería más rápida que durante las crisis de hace medio siglo y, sobre todo, también recortaría los ingresos de Irán. Por eso Teherán suele optar por acciones limitadas contra infraestructuras de terceros, evitando represalias que paralicen sus propias exportaciones y terminen de hundir a un régimen cada vez más tambaleante.

Dentro de la industria estadounidense, la disciplina de los últimos años refleja esta nueva realidad. Muchas compañías no aceleran la perforación a menos que los precios superen holgadamente los 65 dólares durante un periodo prolongado. El mercado premia el retorno al accionista por encima del crecimiento a cualquier costo. En la práctica, la oferta adicional tarda algo más en activarse, pero su mera existencia contiene subidas persistentes.

La otra gran pieza que está moviéndose en silencio y cambiando el mapa energético es China. Aunque sigue importando tres cuartas partes del petróleo que consume, Pekín ha usado esa vulnerabilidad para acelerar un salto tecnológico: hoy concentra la mitad de los vehículos eléctricos del planeta, domina más del 80% de la capacidad mundial de fabricación de baterías de litio y produce cerca del 70% de los paneles solares. Al diversificar su matriz energética y tomar la delantera en industrias clave para la descarbonización, el país ha reducido la amenaza estratégica del “dilema de Malaca” —el posible bloqueo de sus rutas petroleras—, blindándose, a su manera, del riesgo de la volatilidad de Medio Oriente.

¿El petróleo dejó de ser un arma geopolítica? No del todo, pero hoy pesa menos. El crudo del Golfo Pérsico sigue siendo relevante, pero su capacidad de chantaje se ha reducido. La presencia de proveedores alternativos y, en particular, la flexibilidad estadounidense, actúan como fusibles que contienen los picos de precio que antes podía imponer la OPEP. La región aún provee cerca de un tercio del crudo mundial, pero los precios se mueven casi tanto por lo que pase en Texas como por lo que ocurra en Arabia Saudí.

El mundo ya no reacciona con la misma ansiedad a los sobresaltos en el Golfo. Esa calma relativa obedece a un mercado más diversificado, no a la desaparición de los riesgos. Entenderlo y adaptarse a tiempo será clave para sortear los inevitables altibajos que, pese a todo, seguirán acompañando al petróleo.

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