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En las profundidades marinas se expresan muchas de las tensiones que se dan en la superficie terrestre. Los rusos buscan sabotear los cables marinos para crear división y paralizar a Europa.
En las profundidades del mar, donde reina la oscuridad, y las rayas y las langostas encuentran cobijo, discurre silenciosa la economía moderna. Millones de kilómetros de cables de telecomunicaciones, energía, petróleo y gas corren por estas arterias que dan vida a las ciudades, mientras que el suelo marino despierta la codicia de empresas que sueñan con extraer minerales esenciales para crear nuevas tecnologías. Así se desarrolla una nueva guerra bajo el agua.
Más de 500 cables submarinos de fibra óptica, con una longitud total de aproximadamente 1,4 millones de kilómetros, con los que se podrían dar 35 veces la vuelta al mundo, permiten que prácticamente todos los datos del planeta circulen. Se calcula que US$10.000 millones en transacciones financieras pasan por esos cables cada día a una velocidad que triplica las posibilidades de un satélite. Pero curiosamente, esos cables son muy vulnerables porque tienen el diámetro de una manguera de jardín y se extienden por el lecho marino sin mayor protección.
A este escenario ya congestionado quieren unirse desde hace varios años compañías mineras que ansían extraer níquel, litio, cobalto y cobre, aún cuando no se sepa muy bien si en un futuro se van o no a necesitar, puesto que en múltiples ocasiones se ha visto cómo el desarrollo de ciertas tecnologías hacen obsoleto determinado material que ayer se necesitaba con desesperación.
Por lo pronto, en las profundidades marinas se están expresando muchas de las tensiones que se dan en la superficie terrestre. Por un lado, los rusos buscan sabotear los cables marinos para crear división y paralizar a Europa. Saben que el gas de muchos países europeos depende de esas tuberías submarinas, al igual que los parques eólicos marinos que producen energía o los interconectores que conectan naciones para permitir mercados más flexibles y eficientes.
Así como han sembrado el caos en tantas elecciones, realizado ataques cibernéticos o invadido países como Ucrania, su enfrentamiento contra la OTAN lo trasladan hasta lo más profundo de los océanos. De repente hay rupturas deliberadas de cables y tuberías submarinas que hacen pasar como simples accidentes de barcos que arrastran con sus anclas los cables hasta 100 kilómetros más allá de donde se encontraban. Al estar fuera de la vista y, hasta hace poco, fuera del conocimiento del público, la estrategia de la negación les funciona bien porque nadie puede demostrar que fueron ellos, ni siquiera la OTAN.
Pero no deja de ser sospechoso que a medida que se le iban imponiendo sanciones a Rusia por la guerra en Ucrania, aumentara el número de incidentes misteriosos de cables rotos, principalmente en el Mar Báltico. Ya son muchos los expertos que creen que los ataques a los gasoductos y oleoductos podrían estar relacionados con el interés de Rusia de reanudar las ventas de energía a Europa.
A este choque de intereses militares y económicos hay que añadirle la amenaza que se cierne con la carrera por ver quién va a ser el primero que podrá aprovechar las oportunidades del retroceso del hielo en el Ártico, con el fin de perforar y extraer sus minerales y controlar las rutas marítimas recién abiertas. De ahí se entiende el interés de Estados Unidos por Groenlandia.
Este año será crucial para el tema de la explotación minera submarina debido a las decisiones que se van a tomar en julio durante la reunión organizada por The International Seabed Authority (ISA), un ente regulador de las actividades en en lecho marino afiliado a Naciones Unidas y compuesto por 169 estados miembros más la Unión Europea. Las compañías esperan comenzar la minería en 2026 con el apoyo de los gobiernos que son quienes deben aplicar para los contratos. Como era de esperarse, China, Rusia y Corea del Norte son los mayores patrocinadores, mientras que Estados Unidos, que maneja su propia agenda, se ha negado a firmar la convención de leyes del mar.
El asunto es que un número cada vez mayor de países, compañías y científicos está presionando para que haya una moratoria en esta actividad. El costo para el medio ambiente no termina de calcularse, pero no se necesita ser un experto para imaginar lo que puede ocurrir con este tipo de explotaciones. Solo el ruido y las luces generadas por la maquinaria van a afectar la vida marina; los depósitos de sedimento pueden borrar hábitats enteros y hay elementos tóxicos que se pueden liberar durante el proceso de extracción que indudablemente afectaran la producción de oxígeno.
Es imposible asegurar que se puede proteger y a la vez explotar el lecho marino, así que hay que confiar en la responsabilidad y el poder que pueda tener el ISA. Las decisiones que tomen deben responder al interés de la humanidad y de las futuras generaciones.