Detectar la enfermedad de alzhéimer cuando la memoria aún parece intacta ya no es una ilusión. Con el hallazgo del biomarcador TSPO, el Grupo de Neurociencias de Antioquia (GNA) abre una vía inédita para anticiparla y reafirma que, tras el legado de Francisco Lopera, la ciencia local mantiene vivo su liderazgo global.
El estudio, publicado en la revista Acta Neuropathologica y liderado por la Universidad Internacional de Florida en colaboración con la Universidad de Antioquia, demostró que esta proteína vinculada con la inflamación cerebral se eleva muchos años antes de los primeros olvidos. En términos sencillos, el TSPO funciona como una señal temprana en el cerebro: un rastro que podría advertir la llegada de la enfermedad con décadas de anticipación, cuando aún hay margen para diseñar tratamientos más eficaces y mejorar la calidad de vida de los pacientes.
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Ese avance no se explica sin el trabajo del Banco de Cerebros del GNA, donde reposan tejidos donados por familias portadoras de la “mutación paisa”, la mayor agrupación mundial de alzhéimer de inicio temprano, pues gracias a ese material biológico único, los investigadores confirmaron que el TSPO comienza a elevarse en etapas equivalentes a los 18 o 20 años en humanos, mucho antes de que aparezcan los síntomas, lo que refuerza el valor de este marcador como herramienta de anticipación.
Tomás R. Guilarte, investigador principal y decano de la Facultad de Salud Pública de la FIU, explica la importancia del hallazgo: “Si logramos usar esta información para retrasar la progresión de la enfermedad incluso cinco años, podríamos mejorar de forma significativa la calidad de vida de los pacientes y reducir la prevalencia”. En sintonía con lo que dice, la magnitud de esa posibilidad es evidente porque así, millones de personas en el mundo podrían enfrentar la dolencia en mejores condiciones.
Un hallazgo con raíces en Antioquia
Carlos Andrés Villegas Lanau, coordinador del Neurobanco del GNA, destacó el valor del descubrimiento: “Esta técnica de detección temprana de proteínas como TSPO nos va a permitir, a futuro, actuar en una forma mucho más anticipada para el tratamiento de la enfermedad y un manejo mucho más adecuado de los pacientes”. Según el investigador, la diferencia clave con los métodos actuales está en que el TSPO no se enfoca en las clásicas proteínas beta-amiloide o TAU, sino en la respuesta inmune y en la actividad de las microglías, las células que rodean las placas asociadas al alzhéimer.
Ahora bien, como primera etapa de investigación, los científicos trabajaron con modelos murinos —ratones diseñados genéticamente para desarrollar la enfermedad—, lo que permitió seguir de cerca la progresión del alzhéimer en condiciones controladas. En esos experimentos observaron que las hembras presentaban niveles más altos de TSPO, un hallazgo que coincide con un dato ya documentado: dos de cada tres pacientes de alzhéimer en el mundo son mujeres. Aunque la explicación aún no es definitiva, las pistas apuntan a procesos hormonales y al transporte de colesterol en el cerebro, líneas de estudio que apenas comienzan a explorarse.
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Y eso no es todo, los experimentos en modelos animales fueron complementados con tejido humano, gracias a las donaciones de familias antioqueñas. Y la importancia de eso radica en que esa validación permitió corroborar que lo visto en ratones ocurre, de igual forma, en personas con predisposición a la enfermedad. Así que en este caso, el puente entre el laboratorio y la comunidad es el verdadero valor agregado de la investigación en Antioquia.
“Estos avances son gracias a que las familias han donado tejido de sus seres queridos. Ese es el verdadero tesoro que tenemos y lo que posiciona a Colombia como un referente mundial”, subrayó Villegas Lanau, mientras que Daniel Martínez Pérez, primer autor del estudio y candidato a doctorado en la FIU, lo resumió así: “Cuanto más entendamos estos procesos, más cerca estaremos de diseñar tratamientos que realmente puedan ayudar, antes de que sea demasiado tarde”.
Preguntas abiertas y futuro de la investigación
El entusiasmo no oculta que aún hay incógnitas. Los investigadores reconocen que no saben si el TSPO cumple un papel protector o dañino. Podría ser que intente contener lo tóxico de las placas, actuando como defensa, o que contribuya al daño neuronal con su propia respuesta inflamatoria. Villegas Lanau lo explicó así a EL COLOMBIANO: “En este momento no sabemos si es protector o dañino. El papel que juega es incierto. O puede estar tratando de destruir lo tóxico, o puede estar exacerbando el daño”.
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Esa duda es crucial porque de ella dependerá el rumbo de futuros tratamientos: ¿habrá que bloquear el TSPO o estimularlo? Para encontrar respuestas, los equipos trabajan ahora con ratones que carecen de este biomarcador y extienden el análisis a casos de alzhéimer de inicio tardío, que representan más del 90 % de los diagnósticos en el mundo.
Por ahora, los especialistas insisten en que el hallazgo no debe interpretarse como una herramienta clínica inmediata. “Esto no significa que mañana o que el próximo año vayamos a tener pruebas de TSPO en los hospitales. Va a tomar algunos años para que se implemente. Pero la posibilidad de monitorizar la progresión de la enfermedad con biomarcadores inmune es enorme”, aclaró el coordinador del Neurobanco.
Así, el TSPO confirma que la ciencia local puede seguir generando conocimiento de frontera con impacto global y con un arraigo profundo en la comunidad que lo hace posible. Porque si bien un diagnóstico más temprano aún no es una realidad clínica, ya se perfila como un horizonte posible. Mientras, la investigación avanza, las preguntas se multiplican y Antioquia se reafirma como epicentro en el estudio de una de las enfermedades más devastadoras de nuestra época.
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