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Talleres de duelo, un espacio para el dolor y la muerte en el Cementerio Museo de San Pedro

Una vez al mes, el cementerio ofrece talleres de duelo, para hacerle frente al dolor a través del arte.

  • Los talleres se hacen una vez al mes y son de entrada libre. La programación se puede consultar a través de las redes sociales del cementerio. Foto Manuel Saldarriaga
    Los talleres se hacen una vez al mes y son de entrada libre. La programación se puede consultar a través de las redes sociales del cementerio. Foto Manuel Saldarriaga
Sara Kapkin

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hace 3 horas
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El día del taller, en el cementerio también se celebra un cumpleaños. La música, que suena durísimo, marca el camino hasta la tumba. Suena Divino: Hay una lágrima/Que cae sobre tu tumba, lo único que hago es recodar/Hay momentos en mi corazón que nunca voy a olvidar/Hoy voy a llorar/Hay una lagrima.

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Hay más de 10 personas alrededor de la tumba, todas vestidas de blanco, casi todas mujeres que canta y lloran. Están celebrando el cumpleaños de una mujer que vivió poco más de 30 años, y que en un par de días va a cumplir un año muerta. Entre una canción y otra se escucha la voz de una mujer que le habla a la tumba, sollozando, no se entiende lo que dice, pero sí lo que siente, un dolor absoluto que solo se conoce por la muerte.

“Es mentira que el tiempo pasa. El tiempo se atora. Hay un cuerpo inerte aquí atrancado entre los goznes y los pernos del tiempo, que suspende el ritmo y la secuencia. No hemos crecido. Nunca creceremos. Nuestras arrugas son artificiales, indicios apenas de las vidas que pudimos haber vivido pero que se fueron a otro lugar”, escribe Cristina Rivera Garza en El Invencible verano de Liliana, el libro que cuenta el feminicidio de su hermana.

Eso es el duelo, el proceso de adaptación a la pérdida, a esa vida que ya no fue. Un proceso único, individual.

–El duelo se vive de muchas maneras, pero siempre de manera subjetiva. Yo siempre digo que hay que amasarlo, expresarlo, tocarlo, acunarlo y ahí si soltarlo. Algo que buscamos siempre es comprender la vida y la existencia de ese ser que ya no está de una manera significativa –dice Lina Flores, psicóloga y coordinadora del programa de acompañamiento en duelo del Museo Cementerio San Pedro.

Lina lo sabe bien porque lo ha vivido. Tras la muerte de su bebé, hace casi 10 años, empezó a buscar otras mujeres que hubieran pasado por lo mismo, así supo que cada 15 de octubre se celebra en el mundo El Día de la Muerte Gestacional, con el propósito de visibilizar el duelo de las familias que pierden a sus bebés durante el embarazo, el parto o poco después del nacimiento.

Ella quiso sumarse, celebrar ese día en Medellín, pero no sabía dónde hacerlo, y en una visita a su hijo en el cementerio sintió que debía ser ahí, hizo la propuesta y le dijeron que sí.

–Desde el primer momento hubo una acogida muy bonita y muy empática con todas las mamás que estábamos viviendo eso. El cementerio nos abrió las puertas y yo me vinculé muchísimo. Este cementerio me ha dado unas experiencias maravillosas. Aquí termina la vida y empieza la muerte, por eso es un lugar de reflexión, de acompañamiento –dice Lina.

Entonces empezó a asistir a los talleres que hacía el cementerio, se hizo voluntaria y luego guía, pero quiso seguir con lo del duelo, saber más y estudio psicología, y este año asumió como coordinandora del programa de acompañamiento al duelo del cementerio.

El programa empezó en 2010 con el propósito de acompañar a las personas en la elaboración del duelo, pero también de sensibilizar a la sociedad en general sobre la muerte. Hay actividades para los dolientes, para los que tienen algún familiar en el cementerio, pero no sólo para ellos.

El cementerio San Pedro es un museo el al aire libre, el primero de América Latina, dice Lina y hace parte del programa de Formación de Públicos de la Secretaría de Cultura que busca acercar a la ciudadanía con los espacios culturales que la rodean, por eso además de las actividades propias de un campo santo –inhumación, exhumación, cremación, eucaristías, y ventas de osarios, cenizarios y bóvedas– tiene una nutrida oferta cultural.

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Hay conversatorios para todos, incluso para niños, personas mayores e instituciones educativas. Se habla siempre de duelo, pero no siempre de muerte, porque el duelo no es un asunto exclusivo de la muerte, aparece también con las perdidas, un cambio de colegio o de casa, de trabajo, cuando hay una ruptura, en fin. Se habla de salud mental, de prevención de suicidio, de mascotas, de la muerte, se hacen cine foros, hay una escuela de duelo, que ya va por su tercera cohorte, y una vez al mes el taller donde se aborda el duelo a través del arte.

Cada taller tiene un enfoque distinto, las actividades cambian y la mayoría de los asistentes también. Hay personas que llevan años, hay otros que van cada tanto, pero siempre hay gente nueva que llega, unos con duelos viejos, otros recientes, hay de todo, familias enteras, personas que llegan solas, con amigos, con niños, hay personas mayores, más jóvenes, pero hay sobre todo mujeres, más de 20, y y sólo 6 hombres. Aún así, una de las voluntarias celebra que hayan ido tantos hombres.

Las mesas del salón forman un rectángulo. Todos pueden ver a todos. En el espacio de en medio hay un pequeño altar: un ángel rodeado de flores y velas. El taller llamado Navegando en el duelo, atravesando las emociones, empieza con una ronda de presentaciones.

Las actividades están orientadas a estimular los sentidos, a movilizar las emociones hasta que el dolor encuentre por fin palabras y pueda decirse, salir. Meditan dibujan, lloran, se ríen, y así, poco a poco van a apareciendo las palabras, y con las palabras el encuentro con el otro, con su dolor.

–Aquí usted puede llorar y reir. Así soy yo, llorando y riéndome –dice Mery Velásquez, que lleva casi 10 años asistiendo al taller, desde la muerte de Jonathan, su hijo mayor. Un psicólogo del cementerio la vio llorando y la invitó.

La tumba esta cerca del salón, la visitamos al salir. Jonathan murió de leucemia a los 26 años. Era un apasionado hincha de nacional, tenía el escudo tatuado y era miembro fundador de la barra de López de Mesa. Por la violencia entre hinchas, la muerte le pasó cerca varias veces, pero llegó definitivamente con la enfermedad. Mery dice que es el destino, que cada uno tiene su día, pero eso no es consuelo. A veces siente que la muerte de su hijo le duele más. Su recuerdo casi siempre llega con lagrimas. Va a los talleres una vez al mes, pero visita la tumba una vez a la semana.

Los amigos de la barra también lo visitan. Tocan la tumba como si fuera una puerta, lo saludan y a veces le piden favores para el equipo, que les ayude a ganar, a salir campeones, a veces los favores parecen milagros.

El cementerio está lleno de hinchas, muchachos que fueron enemigos sin querer por la pasión que inspiran los equipos. Hay también niños, unos que no alcanzaron a nacer, otros que casi no alcanzaron a vivir. Hay gente célebre como Elkín Ramírez, vocalista y líder de Kraken, Jorge Isaacs, Pedro Nel Gómez, Efe Gómez, y Tomás Carrasquilla; gente que fue riquísima y súper poderosa, porque el San Pedro, fundado en 1842, fue el primer cementerio privado de la ciudad. Están, entre otros, Carlos E. Restrepo, Mariano Ospina Rodríguez, Diego Echavarría Misas, Fidel Cano Gutiérrez, Francisco Antonio Zea, José María “Pepe” Sierra y Nicanor Restrepo Restrepo. Está Brances Muñóz Mosquera, sicario de Pablo Escobar, en un mausoleo familiar rodeado de mitos. Hay otros nada célebres, mucho menos ricos y poderosos. Cada uno un dolor distinto, enorme para quiénes los lloran.

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