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Fidelina, Guillermo, Jorge y Katherine, los adultos mayores a los que la renta vitalicia les ha cambiado la vejez

Renta vitalicia es un programa social de la Gobernación de Antioquia. Con una inversión cercana a los setenta mil millones de pesos, el proyecto tiene la meta de disminuir el hambre en la población de los adultos mayores.

  • Fidelina y Jorge son dos adultos mayores antioqueños beneficiarios de renta vitalicia. FOTO Julio Herrera
    Fidelina y Jorge son dos adultos mayores antioqueños beneficiarios de renta vitalicia. FOTO Julio Herrera
  • Luz Dary es la hija que se hace cargo de los cuidados de Fidelina. Ambas criaron a sus respectivos hijos sin la ayuda paterna. FOTO Julio Herrera
    Luz Dary es la hija que se hace cargo de los cuidados de Fidelina. Ambas criaron a sus respectivos hijos sin la ayuda paterna. FOTO Julio Herrera
  • Aunque buena parte de su vida la vivió en el Chocó, Jorge Víctor López Arenas regresó a Concepción, su pueblo natal. FOTO Julio Herrera
    Aunque buena parte de su vida la vivió en el Chocó, Jorge Víctor López Arenas regresó a Concepción, su pueblo natal. FOTO Julio Herrera
hace 6 horas
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Un viejo refrán dice que uno puede saber el tipo de sociedad en la que vive echándole un vistazo al trato que reciben los niños, los animales y los ancianos. Y no es para menos: en la niñez está puesta la esperanza, en los animales la clemencia y en los ancianos la gratitud.

De muchas formas, estas cuatro historias de beneficiarios de Renta Vitalicia, uno de los proyectos banderas de la Gobernación de Antioquia, liderada por Andrés Julián Rendón, confirman que la solidaridad es una poderosa herramienta de cohesión social.

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Los protagonistas de estas historias tuvieron una existencia marcada por la pobreza, la enfermedad, el abandono y la tristeza. Por eso mismo, este apoyo departamental aligera la carga de sus últimos años. A partir de estos meses, el panorama para ellos se ha aclarado gracias a un alivio económico con el que no contaban.

De nuevo, conviene recordar que las generaciones del futuro nos examinarán a la luz del trato que le dimos a los vulnerables.

La historia de Fidelina

Fidelina de Jesús Espinosa Toro, de 83 años, vive en El Carmen de Viboral, municipio al que llegó con sus hijos cuando la menor tenía apenas 13 años y aún no había hecho la primera comunión. Desde entonces han pasado décadas marcadas por la escasez, el trabajo duro y los vaivenes de una vida que, a pesar de las dificultades, ha enfrentado con carácter.

Nacida en el campo, en una familia numerosa, Fidelina nunca fue a la escuela. “Éramos muy pobres. Teníamos que salir a trabajar”, dice. Su padre hacía oficios varios donde le ofrecieran trabajo, y su madre se encargaba del hogar. Desde joven comenzó a ayudar en casas de familia.

Su matrimonio estuvo marcado por la ausencia. Su esposo la abandonó durante 20 años para vivir con otra mujer en Medellín, con quien tuvo tres hijos. Cuando esa relación terminó, él regresó al Carmen y fue recibido nuevamente por una de sus hijas. Hoy, con 79 años, vive con Fidelina y parte de su familia.

A lo largo de su vida, Fidelina trabajó como ama de casa, ayudante en colchonerías, y empleada doméstica. No cotizó pensión ni salud, y nunca tuvo empleo formal. Tampoco ha tenido vivienda propia; siempre ha vivido en arriendo. Actualmente, reside con una de sus hijas, quien se encarga de sus cuidados, con el padre de sus hijos y con una nieta, que es la viva estampa de ella.

La salud de Fidelina es frágil. Padece diabetes, insuficiencia renal, dolores crónicos en las piernas y fue sometida a una cirugía de corazón. Requiere diálisis tres veces por semana en Rionegro, a donde se desplaza gracias a un transporte gestionado mediante una tutela. No puede caminar con normalidad y necesita pañales, medicamentos y atención constante.

Luz Dary es la hija que se hace cargo de los cuidados de Fidelina. Ambas criaron a sus respectivos hijos sin la ayuda paterna. FOTO Julio Herrera
Luz Dary es la hija que se hace cargo de los cuidados de Fidelina. Ambas criaron a sus respectivos hijos sin la ayuda paterna. FOTO Julio Herrera

Su hija fue quien la inscribió en la Secretaría de Salud del municipio con el fin de obtener un certificado de discapacidad que permitiera gestionar ayudas. A raíz de este trámite, fue contactada por la Alcaldía para registrarla en el programa de renta vitalicia de la Gobernación de Antioquia. Tras una verificación de datos, recibió su primer pago en junio, correspondiente a los meses de abril y mayo. Actualmente, los giros le llegan por Banco de Bogotá, con una asignación mensual de 450 mil pesos.

Este subsidio, junto con el auxilio del programa Colombia Mayor (225 mil pesos), es utilizado para cubrir necesidades básicas, entre ellas el arriendo, los servicios públicos, los alimentos y pañales. “Qué gran cosa. Para comprarme los pañales, para ayudar a pagar el arriendo, los servicios y los gastos de la casa”, explica. “Pasábamos muy mal y ahora más o menos ahí vivimos como mi Dios nos ayude”.

La familia, además de los hijos, incluye 14 nietos, aunque uno fue asesinado hace cinco años. La pérdida sigue siendo una herida abierta en la memoria de esta mujer que ha enfrentado la vida con entereza.

Pese al deterioro físico y los dolores nocturnos, su fe se mantiene intacta. “Yo sí creo mucho en Dios y lo quiero y lo adoro, porque me ayuda”, dice. Aunque es consciente de que le quedan pocos años, desea vivirlos “bien, alegre, mientras tanto”. Su cumpleaños número 84 será el 16 de diciembre.

La historia de Fidelina refleja la de muchas mujeres rurales en Colombia: sin educación formal, sin pensión, pero con un profundo compromiso con su familia y una fuerza de voluntad admirable. El apoyo económico recibido en la vejez representa una ayuda significativa para sobrellevar una vida marcada por la precariedad y la enfermedad. “Yo les di muy buen ejemplo. Me manejé muy bien con ellas. A pesar de que el papá se fue, yo trabajaba en la casa”, dice. Y pone a su hija de testigo de sus palabras.

La historia de Guillermo

Guillermo Grisales Loaiza, de 77 años, vive en Argelia, Antioquia. Nacido y criado en una familia campesina, ha pasado la mayor parte de su vida en el campo, aunque tuvo un largo período de trabajo y residencia en Medellín.

Guillermo proviene de una familia numerosa. Fue uno de once hermanos, de los cuales hoy sobreviven cuatro. Sus padres trabajaron en el campo. En Argelia, su familia tuvo una finca que con el tiempo fue vendida y hoy ya no hace parte del patrimonio familiar.

En la flor de la juventud, Guillermo se trasladó a Medellín. Allí lavó buses y tuvo distintos oficios informales. Vivió varios años en la capital de Antioquia hasta que en 2005 regresó definitivamente a su tierra natal. “Es mejor en el pueblo”, afirma. “Más tranquilidad y el aire es más puro”.

Soltero y sin hijos, Guillermo afirma con humor que tuvo algunas “amigas con derechos”. Su rutina actual transcurre entre las calles del municipio, donde lustra zapatos. Camina con frecuencia y se mantiene activo, aunque no pertenece a ningún grupo de personas mayores.

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Guillermo es uno de los beneficiarios en Argelia del programa de Renta Vitalicia. Recibe los pagos por medio de cajero automático, y hasta el momento ha recibido dos desembolsos. “Me llamaron del asilo y me dijeron que fuera a tal parte a una reunión. Allá me anotaron”, explica. Aunque el trámite fue breve, la ayuda representa un respaldo importante para su sustento. “Es una ayudita muy buena. Yo nunca recibí ayuda de nada”, dice.

El dinero que recibe lo administra con cuidado. Su principal fuente de ingresos sigue siendo su trabajo como lustrabotas, pero la renta le permite tener un ingreso complementario.

A sus 77 años, este habitante de Argelia valora la tranquilidad del campo y el reconocimiento que ha recibido a través del programa de apoyo a personas mayores. Su historia refleja la de muchos adultos mayores del país que, tras una vida de trabajo, encuentran en estas ayudas una forma de alivianar sus últimos años con algo de seguridad económica.

La historia de Jorge

Jorge Víctor López Arenas, de 64 años, afirma que pasará tranquilo sus últimos años por haber sido escogido para recibir la Renta Vitalicia, el subsidio entregado por la Gobernación de Antioquia a los adultos mayores en situaciones vulnerables. Esta ayuda económica de 450.000 pesos bimestrales le ha permitido alcanzar una estabilidad que durante años estuvo fuera de su alcance.

López Arenas es el mayor de diez hermanos. Nació y creció en Concepción en una familia campesina. Por la situación económica y la obligación de ayudar a su padre a criar a sus hermanos menores, no pasó del primer grado escolar. Aprendió a escribir su nombre y a leer parcialmente, pero nunca pudo terminar la primaria. “La prioridad era ayudar a levantar a los más pequeños”, dice.

A los 20 años viajó por distintas regiones del país en busca de oportunidades laborales, principalmente en cosechas. Sin embargo, su vida cambió drásticamente en 1986, cuando fue víctima de un enfrentamiento armado mientras trabajaba en minería en San José del Nus, corregimiento de San Roque. López Arenas fue herido por cuatro disparos, uno de los cuales le destruyó la mano derecha. Desde entonces, su salud física y mental ha estado sometida a los vaivenes de la vida.

“Después de eso no volví a ser el mismo. Lloraba, no podía hablar con nadie. Estuve 19 años así”, cuenta. Además del trauma, sufrió una trombosis que le afectó las cuerdas vocales, dejándolo sin voz durante 18 años. Según relata, recuperó el habla repentinamente mientras estaba en su casa recogiendo un cortaúñas que se le había caído.

Aunque buena parte de su vida la vivió en el Chocó, Jorge Víctor López Arenas regresó a Concepción, su pueblo natal. FOTO Julio Herrera
Aunque buena parte de su vida la vivió en el Chocó, Jorge Víctor López Arenas regresó a Concepción, su pueblo natal. FOTO Julio Herrera

Durante años vivió en condiciones precarias en el Chocó, donde reciclaba para sobrevivir. Llegó a recoger comida desechada en mercados, como papayas y mangos picados, para alimentarse. “Pasé hambre muchas veces”, dice. A pesar de tener cuatro hijos, sus relaciones familiares fueron difíciles, marcadas por la separación y el abandono. Sin recursos ni estabilidad, sobrevivía con lo mínimo.

En 2018, regresó a Concepción por recomendaciones médicas, ya que su salud no le permitía seguir en el Chocó. Estaba sin defensas y con movilidad reducida. A pesar de las limitaciones físicas y la precariedad, comenzó a recibir apoyo del municipio y de la Gobernación, como mercados y acceso al programa de adulto mayor, que le otorga 80.000 pesos mensuales. Sin embargo, sus condiciones seguían siendo difíciles.

La posibilidad de recibir la Renta Vitalicia surgió en marzo de 2024, cuando fue contactado por funcionarios que lo incluyeron entre los seleccionados del municipio. “Me pidieron papeles del conflicto, el certificado de discapacidad, y me dijeron que esperara”, explica. La ayuda económica fue confirmada poco después y comenzó a recibir el subsidio.

López Arenas utiliza el dinero para alimentarse y cubrir sus necesidades básicas. Vive solo, aunque sus hijas le brindan apoyo ocasional, como en su última hospitalización tras un accidente en bicicleta que le fracturó el esternón. “Ahora tengo mi comida, mi techito, y ya estoy tranquilo”, afirma.

Pese a su edad y sus múltiples problemas de salud, sigue pensando en trabajar, aunque su familia le pide que descanse. “Yo me acostumbré a vivir así, rebuscándomela. Pero ahora me puedo relajar”, dice. Vive en un pequeño rancho, acondicionado con objetos recolectados del reciclaje, donde asegura sentirse “realizado”.

La historia de Katherine

Aunque el nombre en su cédula es otro, ella prefiere que la llamen Katherine. Tiene 62 años, vive en Bello y ha enfrentado una vida marcada por múltiples problemas de salud. Desde joven ha vivido con una discapacidad en su mano izquierda y limitaciones en dos dedos de la mano derecha. A lo largo de los años ha sido diagnosticada con una serie de condiciones médicas.

Su experiencia laboral fue breve. “Trabajé como dos meses en catastro cuando estaba muy joven”, relata. Más adelante, su padre, quien fue pensionado, le ayudó a realizar un curso de peluquería. Desde entonces ha ejercido esa labor desde una pequeña pieza en su casa, adaptándose a su discapacidad y utilizando una máquina de corte con niveles bajos, ya que no puede manejar con precisión las tijeras.

Katherine vive en una casa heredada de su padre. Es una vivienda dividida en varios espacios donde residen varios de sus hermanos y sus respectivas familias. Su día a día transcurre acompañada de una hermana mayor —también con discapacidad— y del hijo de esta.

La renta vitalicia llegó a su vida tras un encuentro casual. Mientras esperaba atención médica, sufrió un mareo y se desmayó. Dos funcionarias que pasaban la auxiliaron y, al conocer su situación, la orientaron para iniciar el proceso de postulación. “Me dijeron que fuera a la Secretaría de Salud y contara todo lo que les había contado a ellas”, recuerda.

A partir de ese proceso, logró ser incluida como beneficiaria. Ha recibido dos pagos, correspondientes a los meses de mayo y junio, y fue informada de que el siguiente giro se realizará en agosto.

Katherine utiliza los recursos de la renta vitalicia para pagar servicios públicos, medicamentos y alimentación básica. “Aquí no hay nada más, no hay nevera, no hay nada”, afirma. Aunque la ayuda no cubre todas sus necesidades, representa un alivio frente a la presión económica que enfrenta a diario. “Con los 80.000 pesitos que me da mi hermana y la renta, ahí nos vamos bandeando”, dice.

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