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Margaret Atwood y su mundo no tan inventado

La canadiense, creadora de
El Cuento de la Criada, visitó Cartagena por el Hay Festival.

  • La escritora nacida en Ottawa tiene 80 años. FOTO cortesía hay festival
    La escritora nacida en Ottawa tiene 80 años. FOTO cortesía hay festival
03 de febrero de 2020
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Cuando llegó la hora de cambiar el calendario de 1983 por el de 1984, Margaret Atwood vivía en una Berlín fragmentada. Había llegado ese año, en el que George Orwell ubicó su idea de un futuro encajonado, laberíntico, opresivo y lúgubre. Habían pasado casi 40 años desde que el británico se imaginó el futuro del Gran Hermano y, mientras tanto, la escritora canadiense garabateaba pedazos de una historia que tenía en la cabeza en esas libretas de hojas amarillas.

Ataba cabos entre realidades que iban a inspirar su ficción: ecos de horrores humanos, que muy al estilo de Orwell escondían una cruda verdad frente al que podría ser un futuro sombrío para la humanidad.

Residía en el lado occidental de Berlín, una ciudad rodeada por un muro que solo cedería ante la caída en noviembre, seis años después. Para entonces, Atwood ya había escrito otras cinco novelas, diez libros de poesía, otros de no ficción, de cuentos y hasta dos infantiles. Había salido de su país y vivido en Estados Unidos, Francia, Italia e Inglaterra, había leído ciencia ficción, distopías y utopías hasta el cansancio.

El Cuento de la Criada, publicado un año después, fue el resultado de meses de escritura. Inspirado, en parte, por esa historia del Génesis de la Biblia en la que Jacob y su esposa Raquel no pueden concebir, así que ella le ofrece a su esposo que tengan hijos por medio de su sierva.

La distopía creada por Atwood está situada en lo que antes habría sido Estados Unidos, transformado por los desastres climáticos, escasez de recursos, abuso de poder y un régimen totalitario con un trasfondo religioso basado en el cristianismo. En ese lugar llamado Gilead, la fertilidad es reducida y muchas mujeres, no pudientes pero que sí son fértiles, son apartadas de sus familias y obligadas a parir los hijos de parejas con más dinero. Sin derechos propios, sin libertades, sin voz ni voto sobre su cuerpo.

Visten túnicas rojas y tocados blancos en la cabeza, no se les ven centímetros de piel. “Entre menos pienses mejor”, dice Defred, la protagonista del Cuento. Ese nombre, inspirado en la idea de pertenecerle a alguien, cual esclavo, viene de unir la palabra “de” (en el sentido de pertenencia) y “Fred”, el nombre del sujeto al cual le pertenecía. Era un futuro que implicaba un evidente retroceso en el tiempo.

“Una de mis normas consistía en no incluir en el libro ningún suceso que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la ‘pesadilla’ de la historia, así como ningún aparato tecnológico que no estuviera disponible”, apunta Atwood en la introducción que escribió para la más reciente edición de ese libro.

Así que con el tiempo fue recopilando documentos, a la antigua: recortes de periódico y otros archivos consultados en bibliotecas. Sucesos documentados sobre la supremacía blanca, la explotación sexual femenina, el daño climático, los cambios biológicos en el ser humano.

A la historia se le conoció mucho más en 2017 cuando fue adaptada para la televisión, como si hubiera sido creada, además, para una época como esa: desastres naturales, políticos como Donald Trump asumiendo el poder de uno de los países más poderosos del planeta, protestas de mujeres por el derecho sobre sus cuerpos.

Le han dicho y le han preguntado múltiples veces a Atwood si se cree una profeta. “No lo soy, porque no es solo un futuro, hay un número infinito de posibles futuros. El que tengamos dependerá en cómo nos comportemos ahora, pero no estamos condenados solo a uno”, señaló la autora en una entrevista para el podcast Bookclub de BBC 4 en 2018.

La escritora estuvo en Colombia e hizo parte del Hay Festival Cartagena 2020, en dos conversaciones. Su influencia sigue latente, tras su llegada al Centro de Convenciones la rodearon mujeres vestidas con el rojo de las criadas. Ellas sostenían carteles con mensajes como: “¡Ni silencio ni culpa, poner fin a la cultura de la violación!” o “Si crees que las cosas están mejorando, te estás acostumbrando”.

Una mujer que escribía

A los 19 años, Atwood quería ser escritora, aunque no sabía muy bien cómo era que podía llegar a cumplirlo. No sentía que hubiese una amplia tradición literaria en su país, lo cuenta en el prefacio del libro Margaret Atwood, vision and forms.

Tenía miedo, eso era claro. Era una mujer queriendo vivir de las letras en plenos sesentas, en Canadá. Era una época en la que apenas y poco a poco se iban librando esfuerzos por la igualdad (por utópico que sonara). Sabía que una de las opciones para cumplir su meta era saliendo del país y eso hizo.

Fue profesora, editora, estudió en Harvard e incursionó de manera creativa en casi cualquier género, cumplió ese sueño que tenía de ser escritora. Survival: A Thematic Guide to Canadian Literature, publicado en 1972, ha sido señalado como una de las obras con las que Atwood abordó la identidad literaria de Canadá. La autora quiso trazar un mapa para rastrear la historia de las letras de su país y generó debates en ese entonces.

“Ser canadiense, para Atwood, es un estado mental y tiene que ver, con frecuencia, con fallos psicológicos y victimización”, escribió Barbara Hill Rigney en 1987 en el libro Margaret Atwood.

Para ella, ese territorio vasto e inexplorado, tan puro todavía, estaba sometido a una especie de subyugación y exploración por parte del poderoso vecino al sur de su territorio. “Canadá es esencialmente femenina en un mundo masculino”, recalca Hill, asociando ese concepto con la figura femenina que Atwood exploraría tantas veces después.

Una fina línea

Allí entra ese término por el que tanto le preguntan a la escritora: ¿es feminista, señora Atwood? o ¿su obra es feminista? Ella ha contestado que no sabe muy bien cómo encajar esa palabra. Se ha mostrado a favor de la equidad o así lo ha definido.

Sobre el Cuento de la Criada escribió: “Si quiere decir que es una novela en la que las mujeres son seres humanos –con toda la variedad de personalidades y comportamientos que eso implica– y además son interesantes e importantes y lo que les ocurre es crucial para el asunto, la estructura y la trama del libro... entonces sí”, podría ser considerado como un libro feminista.

Es allí en sus personajes, sus pensamientos y sus reacciones donde el feminismo ha encontrado espejos. “Tienen una capacidad importante a nivel intelectual”, opina la poeta y profesora de la U. de A., Selen Arango. “Ella maneja la figura del diario. Usa la escritura íntima, la primera persona y el sujeto que narra por sí mismo y que configura el mundo para que sea narrado por ese sujeto y no por otro”.

Las mujeres son las que organizan ese sistema activo y “son realmente protagonistas, no son secundarias, son el eje central de la narración”, añade la profesora. Los trajes rojos de las criadas han estado presentes en contextos reales de protesta.

“La narración de Atwood es muy en filigrana y muy íntima. Las mujeres de diferentes edades nos podemos identificar. No tenemos que ser académicas –comenta Arango–, esas experiencias nos las trae de manera muy cotidiana y vamos relacionándonos con la criada”.

Realidades y luchas siguen vigentes en sus páginas. Por eso sigue siendo una de las mujeres que agota conversatorios, que inspira letras y que continúa haciendo parte de un debate mucho más allá de su literatura. Atwood estrenó en septiembre Los Testamentos, una continuación del Cuento de la Criada. Aunque no cree que la historia llegue a una tercera parte, a sus 80 no piensa soltar sus letras.

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