Hace un poco más de 20 años, una bolsa de confites fue lo que cambió la historia de Humberto Ariel Osorio. Había laborado toda su vida como jornalero en la vereda Helechales y, junto a su esposa, decidió no volver a trabajarle a nadie. Empezaron a vender confites y algunos productos básicos desde la casa, sin local y con muy poco capital, pero confiados en que ese comercio los sostendría.
Desde ahí, el negocio se fue construyendo despacio. Lo que entraba no se gastaba sino que se volvía a invertir. “Yo he sido muy juicioso, y con el apoyo de mi esposa y de mis hijos, hemos sabido trabajar”, dice Humberto. Primero fueron más confites, luego arroz, panela, aceite. La tienda ocupó un espacio de la casa y después se movió cerca de la caseta comunal, donde pasaba la gente. Humberto dejó de cargar productos al hombro cuando el mismo negocio le permitió comprar sus primeras bestias. Así empezó a surtirse con más frecuencia y a ampliar la clientela en una vereda de Toledo.
Durante más de diez años, el Granero La Esperanza fue el sustento de la familia. Allí criaron a los hijos y Humberto se fue ganando la confianza y la reputación de comerciante honesto. “Yo siempre he sido cumplido. Si me fiaban, pagaba. Eso la gente no lo olvida”, dice. A mediados de los años noventa, en medio de un periodo de violencia que golpeó al comercio local, un tendero del casco urbano decidió irse del municipio. Antes de salir, le dejó su tienda a Humberto. “Él veía que yo era honrado, que respondía. Por eso me la confió”, recuerda. Empezaron repartiendo utilidades y, con el tiempo, trabajando por mitades, hasta que cada uno siguió su camino.
El traslado al pueblo cambió la demanda a la que estaba acostumbrado. Ya no se trataba de atender a una vereda, sino a toda una comunidad campesina que bajaba a mercar los fines de semana. Con poco capital y mucho trabajo, Humberto sostuvo el negocio, amplió el surtido y mantuvo a los mismos clientes que lo venían acompañando desde el campo. En el año 2000 se instaló de manera definitiva en el local que hoy ocupa el supermercado.
Wbeimar Osorio Orrego, su hijo mayor, creció entre cajas y estanterías. “Yo siempre estuve con mi papá. Nunca me fui del negocio”, cuenta. Con él llegó la importante decisión de pasar de la tienda de mostrador al autoservicio. “Nos daba miedo, porque aquí toda la vida se había vendido detrás del mostrador”, recuerda. Hicieron una prueba piloto a comienzos del 2010 y funcionó. “Ahí fue cuando dijimos que sí se puede, y así nació oficialmente el Supermercado Punto & Fama H.O”.
Desde entonces no han dejado de crecer. Fueron pioneros en sistematizar el negocio, instalar cámaras de vigilancia y formalizarse ante la Cámara de Comercio de Medellín para Antioquia, quienes han sido fundamentales en procesos de formación y capacitación.
Hoy Punto & Fama H.O. genera empleo para cerca de 15 personas en temporadas altas y se ha convertido en un espacio de aprendizaje porque varios de quienes comenzaron allí sin experiencia hoy tienen sus propios negocios en el municipio.
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