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Son muy conocidos los horrores a los que suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias y sectas con una verdad revelada.
Por Alejo Vargas Velásquez - vargasvelasquezalejo@gmail.com
La Democracia históricamente surge, como discurso, asociada a dos valores fundamentales, libertad e igualdad, posteriormente, siglos después, cuando se comienza a materializar en la modalidad de democracia representativa, y más contemporáneamente diríamos, se le adicionan los valores de tolerancia, diversidad, respeto a la diferencia, en la medida en que la democracia comienza a ser vista como una forma de regulación social.
La democracia está asociada al conflicto, al manejo y su evolución. La democracia admite la existencia y persistencia de conflictos sociales –de distintos tipos y con diversos actores-, pero igualmente en los contextos democráticos y donde hay conflictos que pueden derivar hacia el uso de la violencia, comprende los peligros de que se pueda transformar en una guerra civil y por ello desde el discurso democrático se defiende el monopolio estatal de la coerción –la tesis inspirada entre otros por el gran sociólogo alemán de comienzos del Siglo XX, Max Weber, que el Estado debe pretender el monopolio de los mecanismos de coerción física de una manera legítima, es decir con aceptación de los ciudadanos a quienes va dirigida-. Pero como igualmente se reconoce la realidad posible de abusos de poder por el Estado, considera que se deben establecer controles a la acción de ese Estado y busca la vigencia efectiva de los Derechos Humanos, pero igualmente considera fundamental la separación de poderes y la existencia del Control Constitucional, así como propiciar instancias de deliberación social y de decisión colectiva y el respeto a los derechos sociales con mínimos, por lo menos, de justicia social.
Pero la existencia o no de una tradición democrática está íntimamente relacionada con la cultura política que está presente en una sociedad, asumiéndola “como campo específico de la producción y reproducción de las concepciones que una sociedad elabora de sí misma y de su esfera política”.
La ideología del dogma, de la intransigencia y la intolerancia y de suponerse ‘portadores de la verdad’, ha orientado las prácticas de los distintos actores políticos colombianos (armados o desarmados) y ha permeado igualmente a los actores sociales. Esto explica en buena medida el que desde muy temprano en nuestra historia, las disputas políticas, entre las nacientes colectividades políticas tradicionales, se tendieron a dirimir acudiendo a métodos violentos.
Lo anterior ha contribuido a consolidar una cultura política que dificulta estructuralmente la oposición y que no ha posibilitado el hacer realidad conceptos de amplia raigambre democrática como los de diversidad y heterogeneidad del sistema de partidos políticos, de una parte, y el reconocimiento del conflicto, de otra, como expresión de la multiplicidad de opiniones, fuerzas e intereses existentes en la sociedad y claro, la superación del conflicto armado.
Son muy conocidos los horrores a los que suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias y sectas con una verdad revelada. La idealización del fin contrasta con el terror de los medios, nos dice Fernán González.
Y siguiendo a Estanislao Zuleta, remata señalando lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto a la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación...