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Pequeñas historias (18)

Ahora, cada que llegan los jardineros con sus motosierras, yo tiemblo, me compadezco de los árboles que dejaron de ser árboles para ser ramilletes insulsos.

hace 4 horas
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  • Pequeñas historias (18)

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Como suelo hacerlo en las vacaciones, en el receso de mitad de año o diciembre, comparto un par de historias que surgen Desde el cuarto:

¿Quién pasea a quién?

Abajo, en el camino hecho con piedras que bordea el edificio, ambos mamíferos caminan despacio. Uno mira atentamente lo que tiene alrededor como si todo fuera nuevo, así casi todos los días haga el mismo recorrido. Huele una flor que le procura un estornudo, se lame la nariz, mira el rayito de sol que atraviesa una de las ramas de la acacia, suspira, o es mi impresión. Luego, intenta cazar una mosca con un golpe de boca, falla, intenta una y otra vez, desiste apenas ve una ardilla alerta en una banca, agacha la cabeza, prefiere orinar, levanta la pata derecha en los arbustos de balazos que se han ido trepando con calma por el muro occidental y hacen que la vida se sienta fresca para las arañas y los grillos que se escuchan cuando se va el sol.

El otro mamífero, el de dos patas, no ha visto nada de esto que acabo de contar. Aferrado a su celular, como si fuera una linterna, no ilumina su camino, sino que lo oscurece. Está en el mismo camino de piedra sin estar, el perro lo sacó, pero él sigue habitando un mundo artificial donde, al parecer, todo es mejor que el jardín real de maravillas de este mundo donde hay temporada de orquídeas. Nada en él es consciente, todo es inercia, sus pasos y el movimiento del pulgar de abajo hacia arriba. Si lo cagara un pájaro daría igual, lo importante es que el mundo de su pantalla no se apague. El perro mira de reojo y se sienta de golpe, el mamífero de dos patas no se percata, le pisa la cola, chilla el pobre perro, el bípedo, que en realidad está muerto para este mundo, apenas levanta la vista. La ardilla se asusta, el perro decide perseguirla con todo su corazón.

Muslitos de pollo

Vaya uno a saber por qué al edificio de enfrente le dio por volver los falsos laureles y los nísperos, árboles que crecen imponentes y dan frutos en otros barrios y alimentan pájaros y zarigüeyas, “muslitos de pollo”, bomboncitos muy pulidos del tamaño de un colombiano promedio, árboles diminutos y ornamentales que no les permiten ser árboles y absorber todo el dióxido de carbono posible para que podamos respirar mejor, ni dan sombra en estos tiempos críticos de calentamiento global. Según me contaron, la instrucción vino de una señora que sueña con jardines franceses y no ha podido entender que estamos en el trópico donde el mejor jardín es el que se deja ser. Ahora, cada que llegan los jardineros con sus motosierras, yo tiemblo, me compadezco de los árboles que dejaron de ser árboles para ser ramilletes insulsos. Desde mañana pondré un letrero que diga: “Déjame crecer, soy un árbol y crezco más que tú”.

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