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Francisco entendió algo que muchos líderes ignoran: que los países no se salvan solo desde los gobiernos, sino desde el corazón de las personas.
Por José Manuel Restrepo Abondano - Jrestrep@gmail.com
La triste partida del Papa Francisco deja una huella y legado en el alma y vida de la humanidad, pero en Colombia ese legado adquiere un sentido especialmente profundo. En medio de una nueva ola de incertidumbre, polarización y desesperanza, su voz resuena como un llamado urgente a no rendirse. A no perder la fe en el país, en su talento, en nuestra “casa común y su biodiversidad” en lo que todavía podemos construir juntos. Porque si algo nos dejó Francisco fue una convicción sencilla pero poderosa: “la esperanza es más fuerte que el miedo”.
Durante su visita a Colombia en 2017, marcada por un acuerdo de paz y un ambiente de fragilidad social, el Papa no vino a cerrar heridas con discursos, sino a abrir caminos con gestos. Caminó entre víctimas, escuchó testimonios que desgarraban el alma y habló de reconciliación como quien conoce el valor del perdón desde la herida, no desde la retórica. Nos invitó a dar “el primer paso”, una consigna que hoy, más que nunca, debe resonar en una Colombia atrapada entre la nostalgia por lo que pudo ser y el temor por lo que puede venir.
Francisco entendió algo que muchos líderes ignoran: que los países no se salvan solo desde los gobiernos, sino desde el corazón de las personas. Por eso habló con tanta fuerza a los jóvenes, a los campesinos, a las madres, a los pueblos indígenas, a los adultos mayores, a quienes han cargado con el peso de una tristeza en lo más profundo de su ser. “No se dejen robar la alegría”, nos dijo. “La esperanza no defrauda”. Y esa esperanza, lejos de ser pasiva, era una invitación a actuar, a tender puentes, a no quedarse en una u otra orilla, a reparar lo destruido, a construir con amor y no con odio o resentimiento.
Hoy, cuando el país enfrenta nuevas tensiones políticas, desconfianza institucional, creciente violencia en los territorios y un preocupante desencanto social, el mensaje de Francisco adquiere nueva urgencia. Nos mostró que la unidad no exige unanimismo, sino voluntad de convivir en la diferencia, a lograr unidad en la diversidad. Que la paz no se decreta solamente sino se vive. Que el amor político se expresa en la justicia social, en el respeto a los más marginados, en el compromiso con la verdad, con la dignidad y con la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
Francisco fue, para Colombia, un espejo y una brújula. Nos ayudó a ver lo que somos: un país profundamente herido pero extraordinariamente resiliente y capaz de sanar. Y nos mostró hacia dónde ir: hacia un futuro donde el dolor no sea destino, sino punto de partida para una nación más justa, más humana, más esperanzada y con corazón.
Hoy que su voz se apaga en la Tierra, su eco resuena más fuerte que nunca. Yo solo espero que no dejemos morir su mensaje. Que no permitamos que la esperanza, esa semilla que sembró, sea enterrada por la apatía. Porque como él mismo nos recordó, la esperanza es audaz. Y Colombia necesita, con urgencia, volver a atreverse a soñar.
*Rector Universidad EIA