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La grande era lo peor

El día en que publicaron y repitieron por la radio los madrazos presidencial y ministerial, acabábamos de celebrar el Día del Idioma, del libro, de las bibliotecas, de los lectores.

hace 1 hora
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  • La grande era lo peor

Por Juan José García Posada - juanjogarpos@gmail.com

Tiempo ha, digo en los años de infancia escolar y juventud universitaria, decirle la grande a un condiscípulo era infligirle el insulto más grave. Dos veces me engarcé en peleas a los puñetazos con buenos amigos que tuvieron el descache de mentarme la madre. Ambos viven y puede que lo recuerden. Eran tan decentes que después presentaron disculpas. Hoy en día, la grande, como se denominaba esa expresión inaceptable, es parte casi normal del habla cotidiana y muestra, a mi modo de oír, de la degradación de la lengua, del deterioro de las costumbres, de la generalización del irrespeto y la incitación a la guerra verbal.

Si no fuera porque el uso infamante del idioma es pan de cada día, seguiríamos indignados con las expresiones de nadie menos que el Presidente de la Republica y el Ministro de Salud contra un opositor político y una señora de Puerto Gaitán. Eso nunca había ocurrido. Pero sucedió y en medio de tantos escándalos habituales nada tiene de escandaloso. En tiempos de cambio habrá que tolerar que la palabra se convierta en arma de fuego mental, porque todo va cambiando, aunque sea para mal, para que todo colombiano demuestre que sí puede ser un país enemigo, como decía Don Simón.

El día en que publicaron y repitieron por la radio los madrazos presidencial y ministerial, acabábamos de celebrar el Día del Idioma, del libro, de las bibliotecas, de los lectores. Y del buen decir, el buen leer y el buen escribir. Qué tal ese ejemplo de dos funcionarios llamados, quiéranlo o no, a comportarse con elemental corrección ante sus conciudadanos, sean o no amigos o copartidarios. Qué tal ese testimonio del uso grosero, vulgar, del idioma que están llamados a utilizar como el medio por excelencia para comunicarse con la gente y decir sus verdades o sus mentiras. ¿Estamos cambiando hacia el lumpenpoder?

En una ponencia que escribí a modo de invitación a la lectura como ejercicio espiritual reconfortante, recordé al poeta Pedro Salinas: “El hombre se posee en la medida que posee su lengua”. El recordado exponente de la Generación española del 27 se refería a la invalidez del habla. ¿Estamos presenciando el abuso autoritario por inválidos del habla que no quieren saber nada del idioma como el medio por excelencia para la relación civilizada, la superación de la controversia destructiva y el avance hacia una sociedad plural, diversa, abierta y pacífica?

Soy lo que digo. Somos lo que decimos, lo que hablamos. La palabra nos representa. Repito lo dicho en la ponencia mencionada y en otros textos propios: La palabra es la horma de la idea. Y es la representación más exacta, más fiel, más precisa de un carácter, de una personalidad. Dice... o desdice de la calidad humana. Y si para refutar un argumento se llega al extremo de insultar con la grande, con madrazos, a punta de hijueputeos, está reflejándose un estado indigno y lamentable de invalidez del habla.

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