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El arraigo de la violencia

La violencia en Colombia es un fenómeno complejo y multifacético, con raíces históricas, estructurales, culturales y sociales.

hace 4 horas
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  • El arraigo de la violencia

Por Juan David Ramírez Correa - columnasioque@gmail.com

Debo confesarles que el caso de Sara Millerey, brutalmente asesinada por su condición y definición de vida como mujer transexual, me causó un dolor profundo.

El macabro video —que muestra a Sara agonizando— resume la sevicia y la maldad que habitan en la condición humana. Fueron 28 segundos de dolor, donde ella aparece en indefensión absoluta, ahogándose en una quebrada sucia, con sus extremidades rotas, sin posibilidad de salvarse por sus propios medios.

¿Qué pasó por la mente de quienes la asesinaron?

Quizás nunca lo sabremos o, como dijo un amigo, puede que la respuesta se reduzca a unos “corazones podridos”. Lo que sea, hace perder toda esperanza en la capacidad de la especie humana para tolerar y respetar a los otros.

¿Será que la violencia es la condición natural de los colombianos? La pregunta tiene un cariz existencial, pero, con seguridad, desde el ciudadano de a pie hasta el más avezado de los académicos, han tratado de encontrarle respuesta, porque la realidad del país es una sola: convertir el uso de la fuerza física, verbal, sexual o de género en la moneda de cambio en la cotidianidad para hacer daño sin importar si se llega al extremo de arrebatarle la vida al otro.

¿Se acuerda de Rosa Elvira Cely o de la niña Yuliana Samboní? Si no, solo tenga presente que fueron casos tan macabros como el de Sara. ¿Por qué, entonces, ese arraigo cultural de la violencia hace tan indolentes a los colombianos hasta el punto del olvido?

Día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, la violencia se va infiltrando en la sociedad como las gotas que tallan la piedra más dura. Frente a una riña callejera es más sensato ser espectador que clamar porque se detenga. Es más, lo natural ahora es sacar grabar el momento, subirlo a las redes sociales o enviarlo por WhatsApp. Una demostración de la incapacidad de contener el morbo validador del peor de los absurdos, violentar al otro. ¿Cuántas veces no ha recibido videos de muertos o de personas brutalmente golpeadas? Quizás usted fue uno de los miles que recibió el video de Sara Millerey.

Esa paradoja crea una distorsión que se afianza en frases como: “se lo merecía”, “seguro era un maloso”, “se lo buscó”, porque nada conmueve. Ese es el arraigo básico de la violencia.

Pero también existe otro rostro de ese arraigo: el de la indignación. Pasar en segundos de ser morbosos de la violencia a ciudadanos ofendidos es cosa del común. Cuando alguien dice que Colombia es una sociedad violenta por naturaleza, la bilis arde. Entonces, salen argumentos que, por más que sean ciertos y válidos, no tienen la fuerza para arrancar la profunda raíz violenta que moldea al país. Las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia nada pudieron hacer frente a los corazones podridos de quienes atentaron contra Sara.

La violencia en Colombia es un fenómeno complejo y multifacético, con raíces históricas, estructurales, culturales y sociales. Un fenómeno que tomó ventaja, que alimenta la falta de conciencia colectiva, la inacción y, sobre todo, de la incomprensión de la necesidad de respetar al otro sin importar su condición. Nos volvimos expertos en perpetuar normas tácitas que justifican la violencia haciéndola, incluso, inevitable para resolver conflictos.

La agonía de un ser humano no puede ser motivo de indiferencia, porque justamente esa indiferencia es la que alimenta el arraigo de la violencia en nuestra sociedad.

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