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¿Y acaso uno puede hablar del asesino, del verdugo, de los poderosos desde el humor, desde la sátira? La respuesta es sí, entonces empecemos.
Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com
Leer a Laura Restrepo es regalarse una clase de literatura, es adentrarse en temas complejos y sufrir, amar y odiar, querer parar y seguir porque sus temas siempre son humanos, demasiado humanos, y conmovedores, y duros, y tan bien escritos, con esa prosa de alguien que sabe para qué son las palabras, y los signos de puntuación, y por eso los usa a su antojo. Además, hay tanto en esa dureza de lo que aborda en cada una de sus obras que nos lleva a algo maravilloso, y es a la comprensión, o al menos al acercamiento, al hundirnos un poco, o mucho, en las piras de la sociedad que nos hacen arder, que nos viven condenado. Nuestro país sí que sabe de eso. “Somos gente buena, pero nos matamos”.
Seré más claro. En la obra más reciente, “Soy la daga y soy la herida”, no hay una apología al mal, pero sí hay sutileza al abordarlo; hay una visión distinta del verdugo, de lo deleznable, de lo que tantas veces queremos que no exista en nuestra sociedad pero que ineludiblemente existe y existirá y por eso lo mejor siempre será comprenderlo, verlo desde todos los ángulos posibles, no para justificarlo, sino para saber de qué está hecho, quiénes son los llamados, dónde y cómo ocurre.
¿Y acaso uno puede hablar del asesino, del verdugo, de los poderosos desde el humor, desde la sátira? La respuesta es sí, entonces empecemos. Borges dice que todo encuentro casual es una cita. Toda cita es un encuentro con la muerte, reformulo yo. ¿Y quién es yo? Pues les presento a Dagger, Misericordia Dagger, el narrador y uno de los protagonistas de la novela, un verdugo que sabe muy bien que su oficio implica elegancia y sangre fría; por algo Abismo, su jefe, solo le asigna a él los trabajos complicados. “Abismo elegía la víctima y yo procedía según el código de la obediencia debida; banalidad del mal, dirían algunos. Pero el campeón de la banalidad no era yo, sino el propio Abismo: Él disponía la ejecución y se lavaba las manos. ¿Se lavaba las manos? Los dioses no tienen manos. Yo, en cambio, percibía en las mías las pulsaciones arteriales del cuello que presentía mi hachazo”.
Ahora, a pesar de que contundentemente, como dice Dagger, nuestro matón ilustrado, conocedor de la literatura clásica, “yo no ayudo a la gente, por el contrario, la perjudico por vocación y oficio”, llegará un momento donde esto se pondrá en duda y todo cambiará. Mientras tanto, recordemos que la única ley que se cumple es la ley de la gravedad: todo va a parar al suelo, empezando por los muertos. “Soy la daga y soy la herida” está llena de guiños a novelas estupendas como “Abril. Historia de un amor”, de Joseph Roth, y a otras novelas y personajes de la propia Laura Restrepo. Esta novela nos hace vivir y sentir el carnaval de la muerte, pero también, y ese quizás sea el más importante, el de la compasión. Que los ojos ciegos iluminen esta lectura y jamás miren el acéfalo, solo dejen que beba de la luna.